De entre los cinco trabajos discográficos en estudio que integran el repóker glorioso, en lo comercial y artístico, que Fleetwood Mac encadenó entre 1975 y 1987, es el cuarto de ellos (Mirage, 1982) el que suele suscitar un menor grado de adhesión entre los devotos y el que obtuvo unas ventas menos estratosféricas de la serie. Aquel trabajo constituía un intento evidente de retornar a la senda más radiable de Rumours (1977), un disco de popularidad monstruosa y repertorio mayúsculo, frente a las digresiones experimentales que confluyeron en el doble elepé Tusk (1979), todo un ejercicio de descaro creativo frente a las presiones de la gran maquinaria fonográfica. Pero Mirage estaba condenado de partida a no igualar a ese hermano cinco años mayor al que intentaba emular, y la misma modestia (relativa) de su gira de presentación, un itinerario de 31 fechas estadounidenses con la expectación desbocada, era el mejor indicio de que el siempre complicado equilibrio interno amenazaba con resquebrajarse.

 

Conocíamos aquellos conciertos de 1982 de una manera desordenada y fragmentaria, a partir de un vídeo doméstico (perfectamente ilocalizable) que se comercializó al año siguiente y de las posteriores inclusiones de una buena parte del repertorio en las ediciones ampliadas de Mirage (en 2016) y de Fleetwood Mac Live (2021), una decisión desdichada en este último caso puesto que aquel doble elepé de 1980 testimoniaba la gira de Tusk. En definitiva, todo lo relativo a los conciertos del quinteto durante la segunda mitad de 1982 constituía un batiburrillo indigno que ahora este doble cedé –o triple elepé, si nos ceñimos al vinilo– viene a corregir de una vez por todas, ordenando de manera sistemática y aseada las 22 canciones de aquellas veladas, de las que seis no habían visto ahora la luz en ningún formato ni ocasión.

 

Lo del juego de contrapesos resulta muy evidente en función de cuál de los tres compositores principales, Christine McVie, Stevie Nicks o Lindsey Buckingham, asume en cada momento el mando y la voz cantante. La primera es sofisticada y el último, flamígero, mientras que Nicks se comporta como una deidad capaz de levantarse unos cuantos centímetros por encima de la tarima. Nunca sonó tan ensimismada, enigmática e inalcanzable nuestra histórica musa, seguramente porque el gran éxito de su estreno en solitario, el sensacional Bella donna (1981), le hacía dudar a cada rato sobre la conveniencia o no de seguir enrolada en la maquinaria californiana o volar definitivamente por su cuenta. A mayores, la gira a la que ahora apuntamos coincidió con la trágica y prematura muerte por leucemia de su gran amigo de infancia Robin Anderson, una circunstancia que confiere un filtro elegíaco a no pocas de sus intervenciones. Y en ningún caso resulta tan evidente como cuando en mitad del concierto elevaba a los cielos un Landslide que le sonaba a oración y plegaria.

 

Es muy probable que Fleetwood Mac Live, el original de 1980, sea en su conjunto un mejor álbum en directo que estas grabaciones fechadas el 21 y 22 de octubre de 1982 en el Forum angelino de Inglewood, y la proximidad de ambos registros justifica que nadie se planteara hace 42 años publicar este trabajo en directo que hoy sostenemos por vez primera entre las manos. Pero el sonido en directo de la banda que (re)descubrimos ahora es más crudo, crepitante y asilvestrado que el de solo dos temporadas atrás. Y no hay mejores ejemplos que las versiones desbocadas de Second hand news y The chain que inauguran el menú. En ambos casos, los Mac las afrontan pasados de revoluciones, desatados hasta bordear el chorretón de adrenalina. Hasta Nicks se impregna de ese mismo espíritu un cuarto de hora después cuando le toca el turno a Rhiannon, que se despliega en versión libérrima y torrencial, como si nadie sobre el escenario quisiera caer en la cuenta de que aún les quedaba por delante las tres cuartas partes del trabajo.

 

La inclusión de joyas menos trilladas de Tusk (Sisters of the moon y, muy en particular, Brown eyes) o de cortes de Mirage que no tardarían en caer comparativamente en el olvido (Eyes of the world) o no obtuvieron como singles el éxito que merecían (Love in store, Hold me) representan los ingredientes más atractivos para el fleetwoodmacmaniaco completista. Aquí no encontraremos hallazgos insólitos o inesperados, pero el ardor de una formación que en apariencia operaba sin hundir el pie en el acelerador es del todo pasmoso. Y el final de la noche, con un Songbird absorto y a la vez arrebatador, uno de esos momentos que a los afortunados testigos presenciales seguro que no se les borró de la mente en muchos años.

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