Siempre hay un cierto componente de placer culpable en los discos de George Ezra, ese cargo de conciencia al descubrir que disfrutamos con un chaval eminentemente ameno y expansivo, de esos que tantos recelos suelen suscitar entre los paladares que se las dan de exquisitos y refinados. Paparruchas, por supuesto, pero quienes partan de esos prejuicios encontrarán en Gold rush kid más de un argumento para agudizarlos. Porque lejos de hacer un tercer álbum más, digamos, adulto, Ezra ha decidido volverse aún más descaradamente risueño, jovial y cantarín.
Aviso urgente: se la da muy bien. Y matiz necesario: no todo son risas en Gold rush kid, que deriva hacia una faceta más sentida e introspectiva en su último tercio.
Conste que el de Hertford ya no es el pipiolo que arrasó con Budapest a los 21 años y corroboró su buena estrella con otro sencillo arrollador, Shotgun, a los 25. Aquel segundo álbum, Staying at Tamara’s (2018) ya parecía virar hacia direcciones más maduras, pero es una tendencia que, ya al borde de la treintena, no acaba de refrendar esta tercera entrega. Ezra no quiere privarse, ni privarnos, de ese instinto pop para esas canciones que alcanzan el paladar con el sabor instantáneo de las golosinas, y esa inmediatez es muy meritoria. De hecho, puede que solo Mika esté ahora mismo en condiciones de hacerle sombra en tal especialidad.
La gran especialidad de la casa, ese pop rotundo y con tres grandes letras mayúsculas, vuelve a brindarnos un arranque espectacular para cualquier fiesta del verano, porque Anyone for you, Green green grass y Gold rush kid rivalizan en su capacidad para grabársenos a fuego en el cerebro. Y eso que no todo es dicha en la vida de un tipo joven, guapo, talentoso y por el que suspiran millones de fieles: el tema central relata la visita a un doctor “que me pega un corte en la cabeza para echar un vistazo ahí dentro”, mientras que Green… aporta algo de humor negro en sus alusiones a la muerte. Esas trazas de pimienta para contrastar en un menú dulzón son una decisión sabia en términos culinarios, y en realidad a George solo le falla la receta cuando no sabe a qué carta quedarse, si la del chico recatado o el extravertido. Y esa indefinición es la que lastra Don’t give up o Dance all over me, que curiosamente ejercen como eje central del álbum.
A partir de ahí, la introspección arroja un sensacional I went hurting –con un momento en que el oyente puede pensar que la aguja se ha quedado enganchada en el vinilo–, y un algo almibarado Sweetest human being alive, canción tan, tan amorosa que puede subir los niveles de azúcar en sangre. Pero el muchacho-ya-no-tan-muchacho es brillante, le pese a quien le pese. Escúchenle en modo casi psicodélico en el cierre con Sun went down, otro episodio inesperado y una manera distinta de plasmar la felicidad. Porque Ezra debe de ser un tipo feliz, y eso no tendría que traducirse en envidia por nuestra parte. A fin de cuentas, tanto la felicidad como la sinceridad son contagiosas, y este disco lo demuestra.
¿Por qué no ha aparecido entre los 100 discos más vendidos en España este nuevo álbum?
¿Se han olvidado? Dudo mucho que Miguel Turizo o Ayax y Prok hallan vendido más