A los muchachos navarros de Juárez les dio esta vez por enclaustrarse en un remoto caserío de los bosques de Arantza, ya muy cerca de Guipúzcoa, para dar forma a un quinto álbum de la banda que ahondase en esa ambivalencia tan meritoria entre la intensidad y el ensimismamiento. Y el resultado es un trabajo fascinante, por absorto y oscuro, por su capacidad para chirriar y resultar también lírico. Y porque nadie ahora mismo en toda la geografía ibérica es capaz de encarnar como este quinteto el espíritu más legítimo, radical, afilado y orgulloso de la psicodelia.
Las coordenadas son parejas a las ya nos sedujeron con Entre palmeras (2020) y el algo más inconexo Luna menguante, dos años más tarde, solo que este El ciclo del sol y el fin de los días gana en empaque, intención y empeño ya desde el título, símbolo en sí mismo de ambición y aviso para navegantes: las canciones pueden doler, como la vida misma, pero conviene apretar los puños y mantener las papilas gustativas en alerta permanente. Porque lo que al principio amarga un poco termina dejando paso a la emoción y el estímulo. Y porque la aparente oscuridad también puede revertir en revulsivo.
Así, entre contrastes y ambivalencias (como no podía ser de otro modo, con ese título de doble proposición) transcurre un álbum en el que la primera apelación a esa suerte de ying y yang la encontramos, como ya es habitual en Juárez, con la alternancia vocal entre esos dos perfiles a priori tan poco afines que encarnan Cristina Aranguren y Jose Palanca, de timbre afable la primera y atormentado el segundo. Por decirlo de manera gráfica, Juárez consiguen encerrar en la misma habitación los espíritus de, digamos, La Buena Vida y Nacho Vegas. Por eso a veces gana su perfil más candoroso y otras, el abiertamente atribulado. Y en ese equilibrio inestable radica un encanto que se acentúa justo cuando sus guitarras se vuelven más fronterizas, como si los chicos de Calexico les hubiesen deslizado anotaciones y consejos por debajo de la puerta. Y que llega al éxtasis durante los 17 minutos sin piedad de El ciclo del sol y el fin de los días, el tema titular, un delirio psicodélico a todas luces desmesurado con el que los navarros se miran en el espejo de Jefferson Airplane y proponen una escucha que será más provechosa bajo determinados estímulos y circunstancias.
No les tengamos miedo a Juárez, porque son pura proteína. Y porque en ese empeño por enfocar con precisión fotográfica el tormento se les acaban colando no pocos destellos de luz. Como si de un paisaje otoñal se tratara, en El ciclo… hay pocas horas de sol, pero algunos de los más ricos colores de toda la temporada.