Dos años después del cataclismo de Boygenius y su The record, tan inimaginable como merecido y esperanzador para las nuevas generaciones de la melomanía, sus tres integrantes retoman camino por cuenta propia haciendo bueno aquello de que cada uno es de su padre y de su madre. Y de la misma manera que Lucy Dacus ha retomado el camino de la canción sofisticada y minimalista, Julien Baker se aleja radicalmente de ese aire indie-rock con el que ella y sus aliadas conquistaron el mundo (previo paso por el plató de Jimmy Kimmel) para abrazar sin titubeos el country alternativo. Y hacerlo de la mano de otra mujer ahora mismo mucho menos popular que ella, pero a la que admiraba intensa y profundamente desde los tiempos del instituto.
La historia no deja de ser hermosa, por sincera. En un momento en que el country gana adeptos entre el gran público (¡Beyoncé!) y las listas de escucha más fardonas, Julien y su admirada Mackenzie Scott se sitúan a unos cuantos años luz del oportunismo o el postureo, apelan a los sonidos de sus infancias y revolucionan el panorama vaquero desde una perspectiva inequívocamente queer. Y todo ello hace de Send a prayer my way un acto de amor propio, admiración recíproca, coraje y resiliencia. Porque ni Torres ni Baker se las dan de nada: simplemente, nos miran a la cara para compartirnos su amor por violines, mandolinas, dobros o la pedal steel desde una perspectiva eléctrica y contemporánea.
Torres creció en Macon (Georgia) de la misma manera que el DNI de Julien nos lleva hasta Germantown, un pueblecito de Tennessee, así que resulta sencillo imaginárselas envueltas en ese imaginario de botas altas, sombreros y forajidos que sustenta la genética de Send a prayer… Pero aquí, por fortuna, han saltado por los aires cualquier tipo de disimulos: Sylvia es una soberbia canción de amor sin medias tintas, igual que Torres le pone humor en Tuesday a sus tiempos de seducciones armarizadas. Ambas se compenetran en unos juegos de armonía vocal que remiten a la mejor tradición femenina del gremio, la de Linda, Dolly y Emmylou, a la vez que se adentran en esa tendencia novosecular a difuminar fronteras que ya se han aplicado Orville Peck o Ezra Furman.
Y así sucede que la discípula avanzada y la maestra discreta se complementan y mejoran la una a la otra en esta colección que va desde lo más tradicional (The only marble i’ve got left) a lo más irresistible, en particular ese estribillo de Sugar in the tank que acabará reventando más de una garganta. Lástima que Julien Baker, que acumula un historial de depresiones y otros trastornos, se haya visto abocada a cancelar por ahora la gira conjunta para “priorizar su salud”. Ojalá que el bache sea pasajero y que su propio talento le ayude a reconquistar la sonrisa.