Puede que no figure entre los nombres de referencia para el gran público, pero Pancho Álvarez es un ilustrísimo. A este pontevedrés de O Porriño le asociaremos siempre como el gran aliado histórico de Carlos Núñez, un escudero que cumple precisamente ahora tres décadas situándose a la vera del célebre gaitero, pero en paralelo –y con el mismo espíritu humilde, esencial, minucioso y aplicado– ha ido cimentando una trayectoria en solitario que siempre defendió con honestidad y que ahora, a la altura ya de su séptimo trabajo, adquiere una forma orgullosa y hasta reivindicativa. Porque Violíns no camiño no solo serviría como banda sonora para cualquier caminante en ruta hacia la Praza do Obradoiro, sino que más bien se erige en tarjeta de presentación del propio Álvarez para quien no haya tenido aún la suerte de encontrárselo por el camino de la música folclórica; una demostración de talento múltiple ante el deslumbrante arsenal de instrumentos de cuerda que pasan aquí por sus dedos y un repaso de las fuentes que le han inspirado y de las que ha bebido desde que, ya en la década de los ochenta, comenzase a frecuentar los escenarios por tierras de Breogán.
Pancho siempre ha sido un paradigma de comedimiento, pero hay en estos Violíns algo de merecido golpe en el pecho y de orgullo legítimo ante la magnitud del camino recorrido. Por lo pronto, porque Álvarez opta por “grabar, mezclar y producir” el álbum íntegro en la soledad más absoluta, “a lo largo de 2024” y asumiendo como principal su faceta de violinista, que no es la que hasta ahora más había cultivado, para añadir después ese amplísimo catálogo de instrumentos cordófonos: zanfonas y mandolinas, desde luego, pero también fídulas medievales, rabeles, violas de gamba, salterios, guitarras renacentistas o románticas y demás antiguallas maravillosas. Puede que no pretenda ser una demostración de fuerza, pero estas 12 piezas se convierten en un fascinante despliegue de talento, delicadeza y gusto por el pulso milimétrico.
De manera puntual, pero elocuente, Álvarez también deja entrar en su arsenal de instrumentos a las guitarras eléctricas, que aportan un insólito mordiente a A arada o a ese epílogo encantador y algo pomposo que es Rabeles. Y también tiene algo de sintomático que nuestro protagonista se conceda el pequeño autohomenaje de rescatar y reinventar dos de sus melodías más consagradas: Xota de Riotorto, que desempolvó en su memorable primer álbum solista, Florencio, o cego dos Vilares (1998), sobre un músico rural e invidente al que debemos un asombroso trabajo de preservación que muchos desconocíamos; y aquel adorable Espabileitor de composición propia que nos conduce hasta los tiempos del grupo Na Lúa y su disco más emblemático, un Ondas do mar do Vigo registrado en Lisboa y que en 1989, sin imaginarlo sus protagonistas, sentó parte de las bases de la irrepetible eclosión de la música gallega que estallaría poco después.
En ese empeño por convertir Violíns no camiño en una suerte de catálogo personal y tarjeta de presentación ante eventuales nuevos oyentes, Pancho Álvarez asume incluso la osadía de extraer nuevos matices y sonoridades a dos piezas celebérrimas en el folclore gallego, la Alborada de Veiga y la Marcha do antergo reino de Galicia, melodías escuchadas hasta la extenuación pero que aquí adquieren un aire gentil, casi palaciego, ciertamente hermoso. Y entre las sorpresas más agradables, dos piezas evocadoras y etéreas de autoría propia, los dos movimientos de Lira da Laxe y la cinematográfica y lindísima Outubro 86, nuevos ejemplos de que el porriñés es un artista ecléctico, panorámico e integral. Hará bien en reivindicarse con este álbum, pero no dejemos aquí, por nuestra parte, en otorgarle una bien ganada notoriedad.