Tras una década larga en la que el fondo de armario de Pink Floyd ha sido rastreado de manera no ya exhaustiva sino casi extenuante, con la recuperación de decenas de horas con material alternativo, mezclas divergentes, remasterizaciones de postín o grabaciones en directo que nunca habían aflorado en su integridad o carecían de plasmación fonográfica, representaba toda una anomalía que uno de los episodios más célebres de su biografía siguiera huérfano de equivalente discográfico. El paso de Roger Waters, David Gilmour, Richard Wright y Nick Mason por el anfiteatro romano de Pompeya, a las afueras de Nápoles, entre el 4 y el 7 de octubre de 1971 alimentó uno de los documentales más famosos en la historia del rock (Pink Floyd at Pompeii, de Adrian Maben, en 1972), si bien la cinta ya tuvo en su momento un periplo azaroso y no siempre agraciado. Lo increíble es que aquellas sesiones no hubieran sido nunca publicadas como un álbum en directo, una carencia que ahora, medio siglo largo después, se subsana con todos los honores y en condiciones que convierten este At Pompeii MCMLXXII, sin duda, en un título indispensable en un anaquel que se precie, sin necesidad de que el titular de la colección sea uno de esos furibundos completistas que necesitan atesorar absolutamente todo lo publicado sobre sus artistas de cabecera.
El cuarteto británico aterrizó en las míticas ruinas al pie del Vesubio cuando acababan de entregar Meddle (1971), su álbum más sobresaliente en ese periodo formativo que media entre la marcha del pobre Syd Barrett (1968) y la majestuosa eclosión de The dark side of the moon (1973), sencillamente uno de los álbumes más importantes de la historia, al que seguirían los mastodónticos Wish you were here, Animals y The wall hasta encallar en The final cut (1983), cuando se materializa el divorcio entre Waters y el resto de sus colegas. Por eso emociona tanto asistir a la interacción italiana entre Wright y Gilmour, emparentados casi como hermanos siameses, inmersos en unas armonías vocales tan celestiales y perfectas que cuesta trabajo pensar que acontecían en riguroso directo, sin margen para corregir desajustes o imperfecciones. No importaba, porque todo sucedía frente a las cámaras con una perfección que en absoluto contravenía aquella emotividad desbordante.
Echoes, la suite central que ocupaba una cara íntegra de Meddle, se convierte aquí en el episodio más determinante de Pompeii; dividida y separada, eso sí, en dos tramos de 12 y 13 minutos que sirven como apertura y colofón. One of these days sirve para otorgar un merecido primer plano a Nick Mason, que además se lleva la alegría de incluir en el repertorio A saucerful of secrets (1968), el tema central del álbum que representa la mayor de sus debilidades. Y mientras tanto, el genio explorador de Roger Waters ya aflora en esa aproximación un punto histriónica a Careful with that axe, Eugene.
Tanto …Eugene como A saucerful… ocupan un breve segundo cedé, 20 minutos con las tomas alternativas de ambas piezas; un señuelo, este sí, para completistas irredentos. Pero no olvidemos un dato muchísimo más determinante: el gran visionario del progresivo durante el siglo XXI, Steven Wilson, es quien otorga la vitola de versión prístina y definitiva con su remezcla de este 2025. Eran los Floyd en plena ebullición, capturados para la eternidad, 54 años después, por el gran gurú sónico de nuestros tiempos. Lo dicho: imprescindible.