Hace ya algo más de tres años, en mitad de su extenso, intenso, apasionante y abrumador To the bone, Steven Wilson deslizó una canción adictiva, Permanating, con la intención confesa y manifiesta de grabar su primera gran aproximación al pop, un esfuerzo por manejar los códigos habituales para un sencillo a 45 revoluciones. Ahora, todo este nuevo The future bites se ajusta en su totalidad a los parámetros teóricos de la música comercial, al menos para lo que como tal puede concebir un cerebro tan complejo, poliédrico y brillante como el de este inquietante geniecillo londinense. Y el resultado es adictivo. Wilson se sale del carril, desconcierta a la parroquia más fiel y crea un álbum intencionadamante frío, ochentero y grandioso.

 

The future bites es una obra más o menos conceptual sobre los excesos del consumismo, esa fiebre ya casi perenne que aqueja a las clases medias de nuestra confortable e inane sociedad occidental. Pero la burla y advertencia en torno a este siglo de opulencias parte de la propia autoparodia: la misma presentación física es un primor, un derroche, por aquello de acentuar las paradojas. Las cestas nunca menguantes de Amazon son protagonistas destacadas en el imaginario de un álbum que incluso cuenta con la colaboración estelar e insólita de Elton John, consumidor confeso y compulsivo, para recitar un listado de bienes materiales perfectamente inútiles en la demoledora (y adictiva) Personal shopper.

 

Todo ello sucede a lo largo de un minutaje por vez primera mesurado (nueve cortes, o más bien ocho y una breve introducción, por debajo de los tres cuartos de hora), en marcado contraste con los apoteósicos desarrollos sinfónicos de los fastuosos The raven that refused to sing and other stories (2013) o Hand. Cannot. Erase (2015). Steven John Wilson ha acumulado una avalancha de argumentos en su currículo para que le consideremos el gran adalid progresivo del siglo XXI, y hasta se ha convertido en el hechicero sonoro de referencia para sacarle aún más brillo a las grandes obras históricas de Yes o Jethro Tull en sus lujosas reediciones. Pero el universo sónico de The future bites no mira tanto hacia aquellos opulentos años setenta como a las pomposas filigranas de los ochenta. O, por decirlo de una manera más gráfica: no remite a Close to the edge, sino en todo caso a los Yes en los tiempos de Trevor Horn, aquellos que se anotaron el inesperadísimo exitazo de Owner of a lonely heart (1983) y que intentaron repetir la jugada cuatro años más tarde con Rhythm of love, otro single excelente pero muchísimo menos difundido.

 

Esa misma producción apoteósica es la que revivimos ahora en este disco a un tiempo nostálgico y futurista, crítico para con el prójimo e implacable con uno mismo. 12 things I forgot se parece bastante a lo que nos encantaría escuchar en las FM comerciales, pero todo el elepé es la filigrana de un hombre que quiere revivir las mejores glorias de los años en que era adolescente: la melancolía sofisticada y magnética de Talk Talk en King ghost, los grandes hitos de Peter Gabriel, Kate Bush o Rupert Hine, incluso el italo-disco de Giorgio Moroder en la desmadrada Personal shopper. Wilson nunca será conformista porque, desde que le conocimos como el soberbio guitarrista de Porcupine Tree, ejercemos con él de clientela exigente. De entrada, The future bites corta la respiración. En sucesivas dosis nos vuelve compulsivos en su consumo. Sirva ese mérito como metáfora perfecta sobre su contenido.  

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