Los hermanos Scott y Seth Avett bordean ya el cuarto de siglo de alianza musical e, inmersos en la segunda mitad del tránsito de la vida, abordan cuestiones de mayor trascendencia que el argumentario habitual de chicas guapas e hijos que ocupó algunos trabajos más joviales y que tantas veces alimenta las temáticas de los artistas campestres. “La vida no puede ser escrita, tan solo puede ser vivida”, apunta la primerísima línea en esta undécima entrega, el verso inaugural de ese Never apart que rezuma tanta espiritualidad como más tarde acontecerá con Forever now o We are loved.

 

La vida iba en serio, avisó el poeta, y los fraternales aliados de Carolina del Norte lo refrendan con una colección preciosa y preciosista, tan sentida que a veces bordea la línea entre la sensibilidad y la sensiblería. Pero no nos pongamos con remilgos: unos tipos capaces de escribir una hermosura de las dimensiones de ese Forever now (“¿Cómo de lejos está el cielo? / ¿Se encuentra en el aire que respiramos?”) solo pueden ser objeto de bendiciones, ya sean papales o rigurosamente laicas.

 

Los Avett no han perdido su condición de prodigios de la armonía vocal, que en momentos como Same broken bones puede evocar el magisterio inalcanzable de Simon & Garfunkel. Pero optar por un álbum homónimo a la altura de la entrega número 11 siempre implica un cierto empeño de autoafirmación y refundación, y lo confirma el desparpajo instantáneo, rockero y ruidoso de Love of a girl, que remite a los años mozos; los propios o los de antecesores como R.E.M. en su formulación más pretérita. Las chispas de la energía eléctrica también crepitan con Orion’s belt y ese deje a medio camino entre Jackson Browne y Tom Petty, pero el resto del álbum apuesta más por los sonidos acústicos y herbales, con el banjo protagonizando en Never apart la línea más adorable de toda la sesión.

 

El ilustre Rick Rubin sigue al frente de la producción, aunque la familia haya abandonado las multinacionales y regrese a su propio sello discográfico, y la mano minuciosa del sabio barbudo se nota de manera especial en Cheap coffee, crónica cotidiana de siete minutos que quizá se vuelva aún más sustancial a su paso por los escenarios. The Avett Brothers llega tras cinco años de silencio y acredita a Seth y Scott como unos tipos reflexivos, sentimentales y profundos, pero, sobre todo, como unos vocalistas y melodistas poderosísimos. Y esas dos virtudes los vuelven tan irrefutables en el formato más puramente country (con Country kid alardeando de orgullo rural) como en el intimismo contemplativo de 2020 regret, una crónica pandémica que abraza, por una vez, la utopía del “Saldremos más fuertes”.

 

Orion’s belt . deje tom petty

 

same broken bones – simon and garfunkel

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