Tonterías, muy pocas. Y circunloquios, ni uno solo. Nuestros hombres angelinos con la soga al cuello no tienen edad, humor ni talante como para andarse con rodeos, así que su nuevo disco ofrece justo lo que más cabría esperar de ellos: un puñado de historias no solo para ser contadas, como avisa el título, sino para apuntarnos directamente a la yugular. 10 canciones. 33 minutos. Y un consumo desorbitado de energía eléctrica, sin distingos entre horas punta y valle.

 

No hay descanso ni piedad: pasan los años, pero a Bryan Small no se le ha aplacado ni la mala baba, ni la furia, ni la chulería. Y que vivan, por siempre, los garajes. A esas calaveras bandarras y amantes del vicio y la jarana que se nos carcajean desde la portada les cuesta cuatro canciones (On the outside) levantar un poco el pie del acelerador; y es solo eso, un poco. Pero trabajan con una materia prima incontestable. La única de las 10 canciones que no rubrica el propio Small es una lectura cruda y crepitante de un muy oscuro clásico de la Creedence Clearwater Revival, Sinister purpose. Cuando damos la vuelta al vinilo nos encontramos de bruces con que la gran joya del lote, Bayou moon, no bucea tanto en el propio Fogerty como en los Stones de la era de Hunky tonk women. Y sin solución de continuidad, resulta que Behind the wheel también nace con alma stoniana y alquitranada.

 

Son gente fiera estos The Hangmen, solo faltaba. Pero late a lo largo de toda la entrega un aliento melódico que trasciende la pose altanera. Midnight riders entronca con la herencia de antecesores tan distinguidos como Green on Red, que ya hace cuatro décadas encontraron la intersección entre la mirada desafiante y el corazoncito. Porque Small ha vivido el suficiente tiempo en el filo como para no ejercer de tipo sentimental, pero también puede ejercer ese tipo de trascendencia que le aflora a Neil Young incluso en plena tormenta eléctrica con Crazy Horse. De ahí episodios tan emotivos como Last time I saw you, despedida al antiguo guitarrista de la banda, Rontrose Heathman, fallecido en 2020. No son prolíficos los angelinos, fundados allá por 1986 e inmersos aquí en su séptimo álbum, pero se han propuesto que sus arañazos, como las cicatrices, acaben dejándonos honda huella.

 

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