Andy Platts y Shawn Lee han ido afinando (y afianzando) su condición de sibaritas musicales, y a la altura de este ya quinto trabajo conjunto han adquirido la suficiente solvencia y confianza en su modus operandi como para proclamar la naturaleza placentera de su obra desde el mismo título. Porque Pleasure es exactamente eso, un ejercicio de escapismo y belleza refinada, no sabemos si anacrónica o solo atemporal, que nos traslada a aquellas décadas del soft pop en el que los álbumes sonaban cálidos y amorosos, detallistas en su precisión impoluta, elegantones pero no atildados. Unos tiempos que invitan ahora, con semejante puesta al día, a un ejercicio en toda regla de añoranzas, aunque la elegancia y buena planta de estas 10 canciones le puede servir a más de un oyente joven para persuadirse de que hay mucha vida más allá del barullo urbano y el reguetoneo.
Ya sabemos de otras ocasiones que Platts, hombre fuerte a su vez de los ultramelódicos y adictivos Mamas Gun, asume el papel de “Young Gun”, mientras que la figura de “Silver Fox” recae sobre la larga melena plateada del productor Lee. Pero el tándem a estas alturas se encuentra tan asentado que cuesta diferenciar dónde notamos más la mano de uno o del otro: con estos dos revivalistas exquisitos se juntaron hambre y ganas de comer, y así estas 10 nuevas composiciones, que entran rápido pero ganan y calan con cada escucha, acaban convirtiéndose en un juego para el oyente. El del disfrute duradero, sin duda, pero también el de determinar cuál es la influencia principal en cada una de las piezas, con el retrovisor siempre apuntando hacia la década de los setenta.
Para no dejar margen a la duda en torno a las devociones de la pareja, YGSF abren álbum con Stevie & Sly, proclama de admiración por dos de los más grandes de aquellos años y de todos los tiempos (Stevie Wonder, Sly & The Family Stone) que además hace las veces de primer sencillo. Su bajo de funk es un caramelo, igual que la introducción de piano para Born to dream, que se queda tan cerca de What a fool believes (The Doobie Brothers) que algún despacho de abogados con el colmillo retorcido podría tomar cartas en el asunto. Por si faltase algún detalle, el estribillo en falsete es puro Michael McDonald; una maravilla, en cualquier caso.
La fabulosa Late night last train es un medio tiempo como la copa de un pino, mientras Burning daylight vira hacia el soul de ojos azules bajo los parámetros de Earth, Wind & Fire (y con el aderezo adicional de un saxo que parece prestado de los Crusaders). En Holding back the fire no cuesta nada imaginarnos a Daryl Hall y John Oates en los preparativos de She’s gone, con la que incluso guarda cierta analogía melódica en el estribillo. Y de ahí pasamos a Just for pleasure, ese funk bailable con el que podríamos habernos encontrado en cualquier discazo clásico de Kool & The Gang.
El ascendente de Steely Dan se antoja flagrante en los casos de The greatest loser, que es nuestro Dirty work del siglo XXI, y de One horse race, y así podríamos seguir rastreando y olfateando hasta el último de los títulos. Todo ello implica que Pleasure no solo no inventa nada, sino que reivindica un ecosistema sonoro por desgracia muy alejado del que hoy nos asalta en la frecuencia modulada. Que haya disidentes como Lee y Platts, dos apóstoles del yatch rock en la era de Mike Towers, no deja de ser un resquicio abierto a la esperanza.