Las esperas dilatadas entre álbum y álbum suelen traducirse en relativas decepciones; a veces en desasosiego intenso (recordemos Up, de Peter Gabriel, que tardó 10 años en materializarse y aún no ha encontrado, desde 2002, un sucesor). I love you… llega cuatro años después de Dark bird is home, que no es un paréntesis superlativo, pero para los parámetros a los que nos tenía acostumbrados el bueno de Kristian Matsson resulta un periodo lo bastante extenso como para que entre sus seguidores se hubiera instalado ya una cierta inquietud. Lo comprobamos en febrero, cuando El Hombre Más Alto de la Tierra visitó el Nuevo Apolo madrileño y adelantó un par de piezas de este trabajo: entre los asistentes existía ansiedad, incluso hambre, por que llegara este momento. Y el quinto disco del sueco no les defraudará en absoluto, porque resulta sencillamente encantador, pero desconcertará a quienes pensasen que la demora se debía a un relativo giro estilístico, a un cambio de coordenadas. Muy al contrario, estas diez nuevas canciones suenan a TTMOE en sus inicios, en abierta contraposición con el aire más minucioso, elaborado y complejo que caracterizaba la grabación de 2015, espoleada temáticamente por el divorcio de su firmante. Si aquel era el haz, I love you. It’s a fever dream hace las veces de envés. Kristian ha optado por una obra de sonido austero, un compendio de voz y guitarra en la que casi los únicos añadidos son los livianos arreglos de viento que adornan una parte minoritaria del repertorio. El sueco ha preferido encerrarse en su apartamento de Brooklyn, romper docenas de páginas que no acababan de parecerle lo bastante emotivas y llegar a un discurso esencial y destilado, una fotografía con mucho grano del mundo que le rodea. Un canto al amor propio y el hallazgo de una cierta paz interior, de satisfacción bajo el pellejo que nos ha correspondido, frente a las insensateces y altas velocidades del mundo moderno. Hotel bar, la pieza inaugural, reflexiona sobre la necesidad de sentir un cierto contacto humano, aunque sea por la proximidad de unos cuantos desconocidos en el bar de un hotel, para combatir el vértigo de la soledad en esta civilización tan avanzada como cruenta. Y es ese espíritu de refugio el que prima en canciones sencillas pero bellísimas, en My dearI’m a stranger now o I’ll be a sky. Matsson revalida su condición de Dylan escandinavo, ahora más pendiente de la amistad y el equilibrio interior que del amor o la sensualidad. Y le sienta bien esa introspección a su voz, siempre tan maravillosamente cálida y temperada.

 

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