Pocos actos de amor, tan desinteresados y sinceros, como los que se propician entre hijos y padres bien avenidos. Bernard Allison no solo es el retoño de Luther Allison, sino el discípulo y heredero de uno de los guitarristas de blues más inmarcesibles que llegamos a conocer durante el último tercio del siglo XX. Y la manera que ha tenido de agradecer las enseñanzas de su progenitor, fallecido en 1997 a la temprana edad de 57 años, ha sido diseminar los álbumes propios de composiciones paternas, a modo de homenaje pero también de reconocimiento de un legado, de asunción pública de una responsabilidad. Quizá Bernard no llegue a la trascendencia de Luther, pero nadie mejor que él para preservar un tesoro del que ningún buen catador de blues que se precie debería privarse.

 

Luther’s blues es una recopilación y una antología, pero también la formulación definitiva de un discurso: el compromiso con los mayores, el respeto (reverencial) por el eslabón previo de la cadena. Y aunque ninguna de estas 20 piezas, diseminadas en un magnífico doble elepé, constituya un estreno para la ocasión, el hecho mismo de agruparlas y reordenarlas sirve para redimensionar su significado. Porque el trabajo de Bernard como legatario y recreador se prolonga a lo largo de tres décadas y seguirá así contribuyendo a difundir el material paterno y a propiciar la curiosidad por el propio, que es también magnífico.

 

El cancionero de Allison senior serviría casi como catálogo del blues contemporáneo en sus diferentes formulaciones, como un volumen introductorio para quien quiera realizar una inmersión en la música de los 12 compases y desterrar para siempre de sus oídos la cantinela de que nos hayamos ante un género reiterativo. A partir del blues salvaje, casi hard rock, de ese Hang on que Bernard ha escogido como apertura, nuestro hombre de Chicago transita por los tonos sexys de Reaching out, con genuinos gemidos voluptuosos del saxo tenor; se afilia al blues eléctrico de pegada inapelable con Too many women y recala en el tiempo medio, con desgarrados coros femeninos –por aquello de aportar un suplemento de carnalidad–, en ese Serious que sirve de santo y seña en el ideario de los Allison. Muchos motivos de orgullo, recíprocos, entre el Allison presente y el ausente, que sigue gozando así de vigencia plena.

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