Que Bill Fay se evaporase de la faz de la tierra durante cerca de cuatro décadas constituye uno de los grandes misterios en la historia de la música popular. Que regresara en 2012 con aquel Life is people supone, por contraste, una de las noticias más maravillosas que conviene guardar en la memoria de esta década ya languidecida.

 

La hermosura e impacto de aquel regreso inconcebible no podremos igualarla ya nunca, seguramente; no lo conseguía Who is the sender? en 2015 ni tampoco alcanzan ahora semejantes cotas estas Incontables ramas. Pero olvidemos la tendencia inevitable a la comparación con el resto de las obras y recreémonos en este disco de una dulzura inmensa, de una tristeza tan abrumadora como, en último extremo, esperanzada. Fay es un hombre avejentado, desaliñado y miope que parecía condenado al escepticismo y, de pronto, recuperó el aprecio que solo unos poquísimos observadores avezados supieron concederle en aquellos dos primeros discos, en la transición entre los sesenta y setenta.

 

Countless branches es una obra de destellos sutilísimos, mínimos: ritmos muy lentos, melodías sencillas, instrumentación escasa, emotividad abrumadora. La aparición de una trompeta, un chelo o unas escobillas se convierten aquí y allá en acontecimiento, ya que la imagen global es la del hombre absorto y reconcentrado frente al piano, permitiendo que los acordes resuenen y se desvanezcan. Los de Fay son otros biorritmos, probablemente muy alejados a los que en teoría nos exige el nuevo siglo, y no digamos ya la nueva década. Puede permitirse el lujo de que esos detalles contemporáneos le traigan ya al fresco.

 

Para nosotros, la reactivación de este trovador que hace arte con cuatro notas es un caramelo. Salt of the Earth es de una belleza conmovedora, aun en su sencillez; pero todavía más básica, breve y cautivadora resulta Love will remain, dos minutos escasos con los que entran muchas ganas de abrazarle. Fuerte. Son solo diez canciones las que integran este trabajo, pero hay siete pistas adicionales, con temas de propina y tomas alternativas, que lo hacen todavía más deseable. El primer gran regalo del 20, sin duda.

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