A Xosé Manuel Budiño le acogimos a finales del milenio pasado como uno de esos gaiteros jóvenes, lúcidos, habilidosos y desprejuiciados que se subían por mérito propio a la ola del renovado interés por la música tradicional norteña, desde Carlos Núñez a Luar na Lubre con escalas en Berrogüetto, Hevia y un buen puñado de nombres individuales y colectivos más. Pero aquel chavalito rubiejo, tímido y reservado de Moaña (Pontevedra) resultó ser mucho más que el instrumentista ágil, virtuoso y abierto de miras que asomaba en aquel seminal Paralaia (1997), del que cuesta creer que nos separa ya más de un cuarto de siglo. Budiño atesoraba todo aquello y mucho más, y Branca vela corrobora y acentúa la sensación que ya nos dejó Fulgor un lustro atrás: la de estar ante un artista total.
Lo hace todo Budiño de un tiempo a esta parte, lo que podría resultar mera osadía y se confirma como mérito en todas sus dimensiones. Ya ha dejado de sorprendernos tanto que el teórico flautista y gaitero fuese también un cantante nada circunstancial, sino muy atinado, pero aquí se agranda la sensación de mirada panorámica, de mente preclara para todo. Sobre todo, a la hora de integrar, hermanar y prolongar la línea temporal entre nuestros ancestros y aquellos a los que cederemos el testigo antes de extinguirnos: son preciosas las puntuales incorporaciones de grabaciones históricas, el Coro de Ruada de 1929 para el fabuloso instrumental Donón (que puede plantarle cara a cualquier ejercicio internacional de etno-tecno que nos venga a la cabeza) y el más que centenario coro de aturuxos (gritos agudos y eufóricos) en Serán de niñóns. En ambos casos, la pieza ancestral sirve de guía y, sobre todo, de mecha para una obra completamente distinta y contemporánea: la tradición no como mandato o recato, sino como resorte.
La dimensión de Budiño como programador de música electrónica también se agiganta aquí, sobre todo porque huye de los beats más trillados y de la exhibición abrumadora. La máquina se convierte en pincelada de color e invitación a la travesura en otros momentos determinantes como Branca vela (con las cotizadas cantareiras de Leilía) y la cándida y adorable O tolo de abril, con la vieja amiga Guadi Galego (ex Berrogüetto) como voz invitada y el verbo incomparable de Manuel Rivas. Ya lo ven: Budiño, que también es buen letrista, solo cede el mando cuando le consta que la responsabilidad la asume un aliado mejor incluso que él.
Branca vela es un disco breve, de poco más de media hora, que se nos pasa en un suspiro e invita –e incita– a la reiteración. Porque todo es frescura y sorpresa, todo es un estallido de color que entronca con la tolemia (alocamiento) de los carnavales ourensanos y se vuelve por momentos tribal, africano, irrefrenable en términos geográficos, transfronterizo en su galleguidad profunda.
No olvidar la colaboración de dos grupos pandereteiras de Xacarandaina en la canción “Un dragón de pé”. Las nuevas generaciones también presentes en este disco de Budiño.
Muy bien anotado, Gemma. Gracias por leer con tanto interés y atención 🙂