¿Qué podemos esperar de una banda de Calexico, de sonido definido y paradigmático, a la altura de su décimo álbum? Ninguna gran revolución, desde luego, porque El mirador remite al canon de Joey Burns y John Convertino, pero sí un redoblado empeño por convertir los sonidos de la frontera en la más vigorosa seña de identidad y la ausencia de ellas como criterio ético y creativo. Desde la apertura, con El Mirador y su aire enigmático, parece claro que el incombustible tándem sigue dispuesto a convocar el espíritu de los mariachis y la mágica y turbadora espiritualidad mexicana. Pero también hay una importante evocación al sonido de las fiestas callejeras de los años cincuenta, incluso a un Tom Waits truculento (El Paso) pero de voz aún no empañada por el alquitrán.

 

John y Joey son así: un par de cabezas lúcidas y abiertas de par en par al intercambio, a un panamericanismo desprejuiciado y luminoso. El acordeonista y percusionista Sergio Mendoza, viejo amigo de la casa, cede su estudio casero de Tucson (Arizona) para que el ambiente inspire confianza, calor, camaradería. Y eso es lo que más se agradece en Calexico, una formación adicta a la cumbia (Cumbia del polvo, Cumbia península), incluso en desinhibido formato bilingüe (Liberada); pero también a la ranchera (The El Burro song) o a la canción de autor anglófona, pero con aderezo tropical, como en las excelentes Harness the wind o Then you might see.

 

Nuestro Jairo Zavala (Depedro) refrenda una vez más su condición de miembro honorífico de la formación con su estrofa en castellano para Cumbia península, mientras que en Harness the wind se suben a bordo dos excepcionales convictos de la causa transfronteriza, la guatemalteca Gaby Moreno y el barbado trovador Sam Bean. Pero nos queda aún la posibilidad de suspirar con el viejo sueño de escuchar a Calexico en el culmen de una película, un sueño que no sería nada descabellado a tenor del instrumental Turquoise.

 

En definitiva siguen siendo ellos, tal cual les cogimos cariño hace ya dos décadas largas, pero con la finura añadida de una grabación sin prisas y entre amigos en una casa particular. Y extendiendo el radio de acción a buena parte de la geografía continental. 

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