Puede que haya algo de leyenda urbana, pero en tiempos se popularizó la historia deque esta famosa portada del flamenco, icono que se repetiría en ocasiones futuras, nació como solución a la desesperada de mercadotecnia en Warner, conscientes de que Christopher Cross tenía mucho más potencial por sus canciones que en virtud de la apariencia física. Pero aquel muchacho tímido de San Antonio (Texas), con algún kilo sobrante que disimular tras la guitarra, se convirtió con este álbum no ya en el artista más vendedor de 1980, sino en uno de los debutantes más arrolladores de todos los tiempos. Y no había nada de casualidad en ello, sino más bien de feliz circunstancia. Digan lo que digan (algunos).

 

Christopher Cross recibió como aval cinco Grammys en las categorías de mayor prestigio, preámbulo del Óscar a la mejor canción por The best that you con do, tema central de Arthur escrito junto a ¡Burt Bacharach! Estamos ante el típico elepé que la crítica suele mirar no ya con recelo, sino con desprecio o indiferencia: demasiado blandurrio, sobrecargado de baladas, tan fácil y liviano que bien podría haberle gustado a tu hermano mayor o acabar en la guantera de papá como casete que reventar a escuchas en el coche. Pero era una lección perfecta de soft-pop atemporal, una colección que, transcurridos tantos años y con los prejuicios ya en el trastero, suena tierna, cálida, irreprochable.

 

¿Ingredientes determinantes? Allí aparecía el amigo Michael McDonald, entonces en apogeo al frente de The Doobie Brothers, aportando su inconfundible voz tenue a I really don’t know anymore. Teníamos la fábrica de éxitos produciendo a destajo (Sailing, Ride like the wind, Say you’ll be mine, Never be the same), sin olvidar otras dos baladas: el dúo femenino (¡Valerie Carter!) en Spinning, las cuerdas para la sensacional Poor Shirley.

 

Más tarde llegaría el apreciable Another page (1983), una evidente repetición de la jugada que no pudo igualar el inalcanzable refrendo de la original. Y a partir de ahí, qué cosas, el descalabro y la irrelevancia. La dolorosa injusticia de saberse relegado a la condición de trovador para nostálgicos. Incluso una experiencia pavorosa con la covid, que le provocó una parálisis severa durante semanas. Pero sería torpe no querer reencontrarnos con este viejo amigo y sus primeras y adorables páginas.

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