En 1972 ya se había resignado Colin Blunstone a centrarse en su trayectoria solista, ante la evidencia de que las rencillas personales y artísticas en The Zombies eran irreconciliables y que Rod Argent andaba ya demasiado entretenido con su nueva banda, Argent, como para echar la mirada atrás. Pero aquella no fue una de las disgregaciones más traumáticas, ni siquiera tampoco de las más contraproducentes. Argent siguieron su camino, bombástico y virtuoso, y Blunstone colocó su hilo de voz triste al servicio de un pop barroco y preciosista; desprovisto de las dimensiones psicodélicas de Odessey and oracle, el hito zombi por antonomasia, pero con el encanto de la melancolía y la composición elaborada como banderas primordiales.

 

Merece la pena recuperar a Blunstone, aunque lleve mucho tiempo fuera de los focos en primera persona y solo podamos apelar a algún concierto muy entrañable de los resurgidos Zombies; mucho más que unas meras viejas glorias, incluso pese a los fallecimientos en el seno de la formación. Pero Colin ya había abierto camino con One year, un disco encantador.  Y este lo era todavía más. Aunque solo fuese por I don’t believe in miracles, clásico instantáneo, una de esas canciones que en su momento ya parecían viejas y ahora solo podemos imaginar inmortales.

 

Hubo hueco para otro éxito fugaz en las listas británicas, ese How could we dare to be wrong que conviene rescatar sin dilaciones de las garras del tiempo. El hombre de la mirada perdida sabía trasladar esa percepción de ultrasensibilidad cuando se colocaba frente al micrófono. Con Ennismore quiso ser más inmediato y obvió los arreglos de cuerdas que adornaban, un par de años antes, su estreno solista. Pero ni él ni sus colaboradores más estrechos (el propio Argent y Chris White, dos ex de los Zombies, así como Russ Ballard, integrado en la banda Argent) quisieron jamás escribir canciones evidentes, trilladas, con un patrón mil veces recorrido. Y eso hizo grande este disco, incluso aunque hoy sugiera la melancolía de un mundo remoto.

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