Al principio se formula el escepticismo, esa revolución entre interrogantes que abre con cierto poso sombrío el álbum, metáfora de un viaje (la tecnología desaforada, la incomunicación en tiempos de conexiones fulminantes) para el que no habían hecho falta tantas alforjas. Y a renglón seguido llegan los revulsivos, empezando por el más poderoso de todos ellos: Solo queda música como grito alborozado, como acto de fe.
Coque Malla ha desarrollado una trayectoria serena, sagaz y extraordinariamente plural desde que dejó de ser aquel posadolescente travieso y revoltoso que jugaba al rock stoniano en la feliz juventud de Los Ronaldos. Pero el punto de inflexión lo marca, sin duda, su extraordinario El último hombre en la Tierra (2016), un disco adulto en la mejor de las acepciones: lúcido, maduro, pletórico, perdurable, con las dosis justas de desengaño. Incluso su prolongación en directo, el más que notable Irrepetible (2018), dejaba altísimo el listón y abiertos, en consecuencia, todos los interrogantes. Esos mismos que lucen en el título y que se despejan en estas diez nuevas canciones casi siempre felices, y las más de las veces muy afortunadas.
Apela Malla al eclecticismo de Daft Punk y Radiohead como las influencias que alentaron la elaboración de este trabajo, pero quizá esos sean referentes más conceptuales y conscientes que estrictamente musicales. Porque si El último hombre… reflejaba su pasión por Van Morrison y, subsidiariamente, Divine Comedy, aquí el trasfondo remite a los Beatles más majestuosos, los de Sgt. Pepper’s y Abbey road. De ahí el gusto por los arreglos rutilantes, los desarrollos con giros inesperados, esa orquesta que sustituye al cuarteto de cuerda del trabajo precedente. El apego por los metales continúa presente (con un hermano como Miguel Malla sería un pecado prescindir de ellos), e incluso alcanza un cénit inesperado en la irresistible Un lazo rojo, un agujero, manifiesta declaración de amor por el sonido Filadelfia y lo más bailable que ha concebido jamás el madrileño (es fácil augurar alguna noche de éxtasis colectivo cuando esa pieza suene sobre los escenarios).
América es a buen seguro –y pese a su algo descarnada sencillez melódica– la pieza más ambiciosa a la que se ha enfrentado su firmante, un Berlín de esta nueva era sinfónica, aunque es entrañable comprobar que la mirada apunta más a Bernstein que a Pink Floyd. Y esa metáfora del nuevo continente como esperanza, refugio y destino marca la pauta de una segunda mitad con estallidos encantadores de optimismo sonoro: Extraterrestre o El árbol se vuelven adictivas, y las más pequeñas Un ángel caído y, sobre todo, El gran viaje a ninguna parte son manifiestas preciosidades.
Podremos debatir sobre si ¿Revolución? supera o no a El último hombre en la Tierra; incluso podremos sospechar que los arreglos de cuerda sirven para hermanar Polvo cósmico con La señal. Pero parece claro que Coque Malla se ha instalado, definitivamente, en nuestra restringidísima nómina de gigantes.
He vuelto a entrar en contacto con la obra de Coque tras muchos años, más concretamente desde la separación de Los Ronaldos. Nunca había prestado atención a su obra en solitario. Miento… Me encantó No puedo vivir sin tí hace unos años… Una maravilla…
Escuché ¿Revolución? llevado por reseñas y comentarios que me despertaron la curiosidad. Y tras escucharlo una vez, lo hice otra, y otra y otra y… y sigo escuchándolo. Me parece la obra de un músico grande, maduro, fantástico. Suscribo una por una las líneas de este comentario. Es cierto que Un lazo rojo y un agujero es un highlight absoluto del disco, sobre todo por el ritmo irresistible del sonido Filadelfia, es cierto que América es puro Bernstein, es cierto que El Extraterrestre y El Árbol son adictivas ( a mí me lo van a decir, que llevo tres días sin parar) y también que Un árbol caído y El viaje a ninguna parte son sencillamente preciosas.
Mis respetos a Coque, sin duda uno de nuestros gigantes.
Y también a Fernando Neira por este acertadísimo comentario.
¡¡¡IMPECABLE COMENTARIO!!! Totalmente de acuerdo. Enhorabuena.