¿Motiva la grabación de un disco en directo o al músico se le encoge la tripa? Sospechamos que ambas cosas, y hasta recordamos haberlas percibido aquel martes 6 de junio, testigos afortunados en el Teatro Nuevo Alcalá de una noche ahora inmortalizada en esa suerte de tinta indeleble que es el soporte fonográfico. Un álbum en vivo no debe ser un producto impoluto, sino palpitante. Y este lo es. Santo, santo suena algo impreciso junto a Jorge Drexler, con la irrupción de unas cuerdas que desde el asiento parecían sonorizadas solo por aproximación. Los ocho inmensos focos del escenario eran fotogénicos pero cegadores; dejaban la sensación de que alguien se hubiera dejado las luces encendidas en el patio de butacas. Pero el resultado audiovisual es precioso. Y el estrictamente sonoro, caramba, también. Constatación definitiva: a Coque Malla le ha llegado la hora de los gigantes y la foto fija de esta noche de junio le avala como un artista en su cúspide, en su particular estado de gracia. Por las baladas de corte soul, con sus cuerdas y metales rutilantes; por el subidón de compartir escenario junto al delicioso Neil Hannon (The Divine Comedy), con el que incluso cantó Absent friends, la canción que a buen seguro inspiró La señal; y, sin duda, por ese dúo fantástico con Iván Ferreiro en Me dejó marchar, siete minutos en los que el gallego, barbudo y canoso, acabó brincando como un poseso. Convencido de estar en el lugar idóneo, orgulloso de su papel. Irrepetible cierra y redondea el ciclo de El último hombre en la Tierra (2016), hasta ahora trabajo clave en la singladura solista del que fuera líder de los Ronaldos. Ahora falta por ver de qué es capaz Coque la próxima vez que pise el estudio. Sentimos gran curiosidad; y él, quizás, inquietud. Porque se ha dejado el listón muy alto.