Para los bowieólogos más irreductibles, aquellos que se aplican en el cumplimiento de las sacrosantas normas del completismo, este 2022 está resultando un año particularmente extenuante y espectacular; probablemente como ningún otro desde que perdimos al genio londinense, y de ello se cumplirá ya muy pronto el séptimo aniversario. La temporada comenzó con la-madre-de-todas-las-ediciones-pendientes, la eternamente anhelada y demorada publicación oficial de Toy (2001), aquel álbum exuberante que en su día se aplazó, luego se atragantó y durante dos décadas alimentó las leyendas en torno a los llamados “discos perdidos”. Hace muy pocas semanas señalábamos la aparición de la caja más apoteósica sobre David Jones con material de archivo, esa carísima y fabulosa Divine symmetry que documenta al detalle las andanzas de nuestro hombre a lo largo de 1971, el año en que Changes hizo que se tambalearan todos los cimientos hasta entonces conocidos. En comparación con la grandiosidad de ese trabajo de restauración de ignotas grabaciones caseras, esta banda sonora para el documental de Brett Morgen es un asunto menor, casi un divertimento. Pero, ojo, aunque el material que maneja parezca dispar y algo caótico, el resultado es amenísimo. Y, con toda seguridad, más accesible para el público no especializado que el de Divine…, una obra concebida para saciar a los arqueólogos más apasionados.
La selección musical de Morgen tiene más de viaje y de propuesta global que de panorámica sobre el protagonista de estos surcos y de sus fotogramas. Él mismo lo anota en el frontispicio de la película: “A Bowie no lo podemos explicar, sino solo experimentar”. Y Moonage daydream es, en efecto, una experiencia. Un periplo guiado por la técnica del caleidoscopio, un corta y pega muy entretenido de clásicos, rarezas, remezclas, grabaciones en vivo conocidas y desconocidas, esbozos sonoros, ráfagas instrumentales, algún paréntesis orquestal (prescindible) y pequeñas intervenciones habladas del propio Duque Blanco.
Las mejores remezclas, por singulares, son las que modifican los criterios de las originales para reformular el protagonismo de cada instrumento o sección. El caso más llamativo es el de Modern love, tema celebérrimo que aquí experimenta una reinvención inferior al original, pero muy atractiva, por inesperada. Y el otro plato fuerte lo encontramos con ese Hallo spaceboy al que se suman Pet Shop Boys, una alianza que parece sobre el papel más inopinada de lo que luego resulta al oído: en realidad, Neil Tennant ha nacido para ejercer de complemento y contrapunto tecno al divino David.
Los completistas también dirigirán su mirada, inevitablemente, a las piezas en directo, y en ese sentido los ocho minutos de 1973 desde el Hammersmith, con Jeff Beck como invitado de excepción, merecen que se pongan a ulular todas las alarmas. El tema en cuestión es The Jean Genie, pero la sorpresa, monumental, llega cuando Bowie intercala en mitad del minutaje un generoso fragmento de Love me do. No queda claro que se trate de una gran idea, porque incluso parece que la ocurrencia sale a la luz sin demasiado ensayo previo. Pero es Bowie y son los Beatles. Y debíamos conocerlo, sin duda.
El peso de Moonage daydream en las ediciones póstumas es, en suma, relativo. Pero insistimos en la ductilidad del material, porque se hace muy de agradecer. A estas alturas sospechamos que hay pocos tesoros verdaderamente mayúsculos que descubrir en las cajoneras de Bowie, así que este pasatiempo para fans de todo pelaje, circunstanciales o de alta alcurnia, termina haciéndose de querer.