La historia de Jesper Lindell es entre edificante, ejemplar y alentadora, tanto como para hacerla casi, casi inverosímil. La vida, ya se sabe: esa batalla cotidiana por conservar un hilo de esperanza, por ingeniárnoslas siempre para sacar fuerzas de flaqueza. Resulta que Lindell era a los 13 años la gran promesa nacional del fútbol sueco, un chico muy tímido y huidizo pero un genio precoz del balón, hasta que sufrió una gravísima lesión que le tuvo varios meses confinado en una silla de ruedas. Su hermano mayor, preocupado al verlo tan desolado y hundido, le animó a cantar y componer y le enseñó sus primeros acordes. El mundo perdió a un émulo de Ibrahimovic, pero nosotros estamos felices de haber descubierto a este declarado y rendido admirador de Levon Helm. Incluso desde latitudes escandinavas, y nada que objetar al respecto.

 

Los más avispados en los vericuetos del americana sabrían ya de él en 2019, cuando publicó un primer LP, Everyday dreams, muy alabado en Suecia. Incluso se le vio en los conciertos de homenaje a Leonard Cohen que protagonizaban sus ilustres paisanas de First Aid Kit, así que nos tropezaremos con su vozarrón cuando repasemos aquel bonito álbum en vivo, Who by fire. Pero lo de los “Sueños cotidianos” suena a recochineo del destino, siempre tan dado a las bromas pesadas, cuando descubrimos que tuvo que pasar con urgencia máxima por el quirófano justo cuando se disponía a emprender una importante gira de presentación. El descubrimiento de una grave enfermedad congénita renal hacía urgente el trasplante, y es su propio padre quien termina donando el órgano para que pueda sobrevivir.

 

Sí, bien lo sabemos: en caso de que haya algún guionista de telefilmes en la sala, puede que hiciese bien contactando con un muchacho al que, a sus todavía envidiables 27 años, le ha sucedido ya de todo. Pero Twilight se nutre en gran medida de esas vivencias y aporta motivos de peso para “dejar siempre una luz encendida”. Por ejemplo, disfrutar de Leave a light on, el más abrumador refrendo de Jesper como un tipo talentoso y la inspiración no solo de estas mismas líneas, sino de todo el espíritu que late a lo largo de los 10 cortes del álbum.

 

Lindell es un hombre afable de voz rasposa y granulada, inmejorable para afrontar este ejercicio de americana alejado a muchos miles de kilómetros de suelo estadounidense. Pero la devoción por The Band es transoceánica y, en este caso, palmaria. Los ecos de aquellos canadienses eternos se hacen presentes ya desde la excelente dupla inaugural, con Westcoast rain y If there comes a time, pero se vuelven flagrantes cuando caemos en la cuenta de que el tema central es una versión de la apenas divulgada pieza que cerraba Islands (1977), el álbum de despedida de Helm, Robbie Robertson, Rick Danko, Richard Manuel y compañía. ¿Y esa voz femenina que irrumpe a partir del segundo 80, por cierto? Adivinaron bien: la invitada no es otra que la divina Amy Helm, hija de Levon. Para que no quepa ninguna duda.

 

Otros guiños, a poco que intervengan la trompeta y otros metales, dirigen el parpadeo hacia los territorios de Van Morrison (pero sin negacionismos inherentes), mientras que los parecidos con otros artistas de generaciones más recientes, desde Sturgill Simpson al desdichado Justin Townes Earle, casi caen por su propio peso. Nadie encontrará revolucionario este Twilights, pero sí extraordinariamente solvente. Y aún más honesto, por encima de todo. No es poco bagaje para aquel chico tímido que comenzó a rasguear la guitarra, de pura chiripa y no hace tanto, en el pueblito portuario sueco de Ludvika. Ese al que ahora, qué cosas, hasta le ponemos nombre y lugar en el mapa.

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