Las chicas de Las Migas –siempre cuatro, siempre mujeres– han conseguido materializar un anhelo particularmente difícil en el mundo del arte: que el todo supere a la suma de las partes. Hace tiempo que dejaron de ser el grupo del que surgió la ilustrísima Sílvia Pérez Cruz o la también muy admirable Alba Carmona para convertirse en marca, sello y paradigma. Puede que no haya ahora mismo en el pop con marchamo flamenco ninguna propuesta tan sutil, exquisita y elaborada como la que propician la guitarrista Marta Robles, fundadora de esta institución afortunadísima, y su gran socia en el manejo de las seis cuerdas, Alicia Grillo. Ambas arropan a la nueva voz cantante, Carolina Fernández “La Chispa”, una joven extremeña emeritense que aúna gracia, espontaneidad, hondura y encanto después del efímero paso de Begoña Salazar en los tiempos de Cuatro (2019), el inmediato antecedente discográfico de este Libres.

Y sí, hay mucho de liberador en este repertorio magnífico, 10 canciones muy variadas pero en estado de gracia, valientes también en lo temático: desde el romance entre dos mujeres en Antonia, que es de una picardía insuperable, a ese canto a la mujer como protagonista absoluta de su vida para La cantaora, donde la malagueña María Peláe aporta la sorna y el flow.

Hay muchas canciones de amor, naturalmente, pero ni siquiera en ese ámbito hay lugar para el tópico. Mi surfero aporta un precioso juego de voces tarareadas junto a una parte central flamenquísima, mientras que Arena del sur podría haberse quedado en una bonita balada pero se agiganta con sus pinceladas electrónicas y el rotundo arreglo final para cuerdas. Son las cosas de Robles, mujer de formación musical clásica apabullante, como se puede entrever en muchos inesperados giros sonoros (el encantador toque country de El querer de una morena) o en la finura de preciosidades como Playa de Sanlúcar. Que se sirve de unos versos de Antonio Machado, igual que Alba (con Estrella Morente) y Rumba para que te enamores refrendan una vez más que Lorca era música pura en cada poema.

Nunca habíamos encontrado tanta chicha entre las migas de estas mujeres siempre sustanciosas, pero ahora definitivamente osadas. Es adictiva la integración de elementos que ha definido Marta Robles, desde el elemento insólito que representa de por sí el violín de Roser Loscos a la manera de intercalar el tirititrán en El mar al Garrotín como colofón para El querer de una morena. No, esto no tiene nada de lo que con desdén algunos definen como “flamenquito”. Aquí hay una avalancha de ingredientes a los que prestar atención.