El 25 de febrero de 2020, muy poco antes de que el mundo entrara en colapso, el London Palladium fue testigo del último gran festín de la música en directo previo al maldito bicho. Mick Fleetwood tiró de agenda para rendir tributo a la obra y figura de Peter Green, piedra angular de los primeros Fleetwood Mac, genio superlativo del blues y la guitarra eléctrica y personaje torturado por su mala cabeza, ya que la esquizofrenia le abocó a una vida convulsa y de presencia pública solo intemitente. Uno de esos renglones torcidos de Dios, un músico divino condenado a una existencia casi de ermitaño. Todo muy estremecedor y con desenlace, ya puestos, doblemente amargo: la vida se paralizó muy pocos días después de este colosal homenaje y el propio Green no pudo sostener este maravilloso álbum entre las manos, ya que fallecería repentinamente el 25 de julio del mismo año 2000.

 

Incluso para aquellos no familiarizados con el blues, o quienes encuentran reiterativa la fórmula de los 12 compases, esta celebración en el teatro londinense es un banquete de postín. Fleetwood siempre ha operado desde la retaguardia, pero pocos músicos como él han sabido lidiar en esas grandes cocinas de los “egos revueltos”, en memorable expresión de Juan Cruz. Por eso logra que coincida sobre las tablas una nómina mareante de artistas venerables y con muchos, muchísimos trienios de cotización en la Seguridad Social. Empezando por John Mayall, claro, el primer y efímero jefe del homenajeado, pero con escalas inexcusables en Steven Tyler (Aerosmith), Pete Townshend (The Who), Bill Wyman (The Rolling Stones), Billy Gibbons (ZZ Top), Christine McVie (Fleetwood Mac) o David Gilmour (Pink Floyd), al que se le encomiendan las dos grandes obras maestras del Green más planeante: la segunda parte de Oh well y, claro está, la inmortal Albatross.

 

El resultado es abrumador durante las casi dos horas de concierto, aunque, como también suele suceder en estos casos, sea difícil que unos despunten respecto a los demás y acontezcan momentos inolvidables. La visita de Tyler a Rattlesnake shake, esa sustantiva y traviesa oda masturbatoria, sin duda lo es, igual que el repaso de Townshend a Station man, una pieza de gran valor simbólico: formaba parte ya de Kiln house (1970), el cuarto álbum de los Mac pero el primero en el que Green ya había hecho mutis. Gibbons lo pasa y lo hace pasar extraordinariamente bien en The green manalishi, y solo echamos de menos una versión más electrizante para el título seguramente más emblemático del lote, Black magic woman, que en manos de Rick Vito queda comedido en exceso.

 

Imposible hacer recuento de tantos nombres y momentos relevantes, porque este Celebrate será recordado y revisitado a lo largo de los decenios como un gran episodio histórico de la música en vivo. Habrá tiempo de reparar en detalles entrañables, como el reencuentro con ese eterno gregario que ha sido el espléndido guitarrista Andy Fairweather Low. O la versatilidad de Neil Finn (Crowded House), el más inopinado integrante de Fleetwood Mac en toda la tumultuosa historia del colectivo, a la hora de enternecer a la audiencia con un delicioso Man of the world. Zak Starkey, el hijo de Ringo, ayuda a Fleetwood con las baquetas mientras otro de los jóvenes, Noel Gallagher (Oasis), se porta y comporta en las breves y agudas disquisiciones acústicas de The world keep on turning y, sobre todo, Like crying. Quizá no lleguemos al éxtasis con este último gran all stars prepandémico, pero tenemos por delante 116 minutos de disfrute inapelable.

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