En un hipotético certamen sobre los discos menos convencionales de la temporada, este Night chants ocuparía una posición muy privilegiada, si es que hay algún otro que pueda hacerle sombra en el terreno de la singularidad y la heterodoxia. Pablo Canalís, ovetense de 44 años, es geólogo y educador infantil, pero la música siempre estuvo presente en su ADN y ha participado, sobre todo como bajista, en distintos proyectos que apenas llegaron a trascender más allá del Principado. Sin embargo, su aproximación a los territorios de la etnografía y la antropología, desde una perspectiva autodidacta y humilde –pero seguramente también insaciable–, le ha convertido en un curioso impenitente, un rastreador de culturas remotas en el tiempo y el espacio. Hace seis temporadas, su discolibro Folclores imaginarios ya evidenciaba que las muchas horas de investigaciones solitarias y fascinaciones multidireccionales comenzaban a arrojar resultados. Night chants es más ambicioso, y hasta puede que un poco incontinente: sus 17 piezas (por lo general, breves: el conjunto sobrepasa por poco los tres cuartos de hora) abarcan unas 30 culturas de los cinco continentes, con un centenar largo de instrumentos distintos aflorando a lo largo de la grabación. Priman las flautas y pequeños instrumentos de viento, además de percusiones ancestrales en número abrumador. Y, pese a la diversidad geográfica, el foco se encuentra en Iberoamérica y, evidentemente, la música chamánica, con todo lo que ello conlleva de magias, rituales y hechicerías (la propia portada, un homenaje al arte indígena a cargo del ecuatoriano Darwin Ruiz, ya es elocuente). Los sonidos precolombinos son otra constante, por lo que el influjo del inolvidable mexicano Jorge Reyes es inevitable, como el propio Canalís asume con franqueza digna de elogio. En concreto, aquel Crónica de castas (1990), a medias con nuestro Suso Saiz, ha debido sonar en ese cuartel general ovetense hasta la extenuación. Otras obras de la época, como Spirit of the forest (Baka Beyond, 1995) y quién sabe si las incursiones new age en la música del Pacífico a cargo de Michael Gettel, pueden encontrar paralelismos con esta obra extraña, ambiental y riquísima en sugerencias. La presentación, 48 páginas con tapas duras e información muy profusa, parece pensada más para divulgadores y docentes que para oyentes medios. Pero no merece la pena que nos agotemos con la fase de la documentación. La curiosidad, después de este muestrario de sonidos hechizados y remotos, ya vendrá por sí sola.

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