Pablo Lesuit es un gallego que, de entrada, no lo parece mucho. Incluso en el porte se le adivina un aire latino, como si la fisonomía, siempre tan traviesa, hubiera querido adelantarse al espíritu. Cosas del mar de Vigo, un puerto que siempre miró a los remotos confines del océano y tuvo muy presente la otra orilla. Pero no ha mirado tanto Lesuit hacia el Caribe como al mar de la Plata, porque este Belorizonte, con su boyante y sensual eclosión colorista, parece mucho más hijo de la voluptuosidad bonaerense, incluso con un punto de fascinación carioca, antes que de las rías gallegas. Es hermoso que eso suceda. O que el propio proceso creativo aboque a cortocircuitos como el que experimentó el propio Pablo, que al parecer tenía casi acabado un disco completamente distinto hasta que acertó a pasar por Buenos Aires y decidió pulsar, con todas las consecuencias, la tecla reset. Debió de ser una especie de “inversión en uno mismo” que recuerda la experiencia de otro gallego ilustre, Xoel López, inmerso también hace una década en un periplo panamericano que transformó por completo su personalidad y lenguaje musical. Hojas del campo, la página inaugural de este segundo álbum, alude a eso mismo, al viento que va llevándonos de un lugar a otro sin que podamos del todo controlar unas corrientes que aquí no tardan en parecer auténticos vendavales. Belorizonte es un álbum de autoexploración y descubrimiento, el periplo de un muchacho curioso, desprejuiciado y, sobre todo, muy sagaz. Desde el aliento crápula que da luz a La noche–crónica de una farra en la que se intuye mucho trajín y mucha vida– al arrebato mucho más romántico de la maravillosa Crónicos, que puede mirarle sin pestañear al mejor Jorge Drexler, toda esta entrega es el estallido global de un muchacho que puede haber crecido entre berzas o reconversiones industriales, pero no ha dudado en abrir su corazón a la cumbia. El propio Dúo La Loba, acreditados porteños capitalinos, podría haber firmado esa mencionada Hojas del campo. Y el Lesuit baladista, que para todo hay tiempo, emerge en otra joya, Qué será de mí, que en ningún caso podremos pasar por alto en este disco pletórico, una sabrosa golosina de 35 minutos que, como los mejores platos, deja con ganas de más y aboca a la reincidencia.