De entrada, urge resaltar que la escucha del nuevo y en cierta medida inesperado disco de Paul Simon resulta mucho menos disuasoria de lo que los más asustadizos pueden temer antes de pulsar el botón de play. Haciendo bueno el título, este trabajo con aires de trascendencia metafísica, gravedad y despedida es una sucesión de (una especie de) siete salmos u oraciones encadenados como si de una suite se tratara, e inseparables en formato digital porque tanto el CD como la edición para plataformas comprime todo el contenido en una única pista de 33 minutos. Y sí, es cierto que la escucha de cualquier obra mínimamente extensa produce inquietud ahora que muchos oyentes sienten horror vacui en cuanto se les enfrenta a un formato que exceda de la canción convencional, a ser posible breve y susceptible de ser finiquitada antes de que suene el último compás. Nada de ello sucede con estos Siete salmos, pero, a cambio, recibimos una colosal lección in extremis de uno de los máximos creadores de palabras y música que han conocido las seis últimas décadas.

 

No nos engañemos. Simon cumplió 81 otoños el pasado octubre y sabe que se va acercando, inexorable, el momento en que caiga definitivamente el telón. De hecho, ha explicado que la idea de los “siete salmos” encadenados le fue confiada en un sueño, como si se tratase de un encargo que le encomendaran directamente las más altas instancias. Pero el inevitable tono litúrgico y mortuorio encuentra el contrapeso de una belleza mística y reconcentrada, además de un sentido del humor inesperado cada vez que aparece y reaparece The Lord, un primer corte que por dos veces se retoma, a la manera de movimiento, con nuevas metáforas sobre “el Señor”. Verbigracia: “El Señor es mi ingeniero, el Señor es mi productor discográfico”. O “El virus de la covid es el Señor”.

 

El hombre que hace 58 años encumbrase las virtudes del “Sonido del silencio” se decanta ahora por una instrumentación particularmente escueta y queda, apenas guitarra y voz junto a tenues pinceladas de percusiones y un cuarteto en Your forgiveness. Pero esa economía de medios tampoco agudiza la sensación de obra árida, sobre todo cuando la gran Edie Brickell, esposa de Simon, aporta sus segundas voces para los dos últimos cánticos, el bellísimo The sacred harp y el expectante The wait, con la letra más estremecedora de todo el conjunto: “Espera / No estoy preparado / Estoy empaquetando mis cosas / Espera / Mi mano es firme / y mi mente aún está lúcida”.

 

No pretende ser, o no lo creemos, este Seven psalms una obra abonada a las premoniciones, sino al compromiso con la vida de un genio que reflexiona desde la lucidez y la entereza sobre su carácter finito. Había dicho ya adiós a los escenarios hacía cuatro temporadas, y el hecho de que poco antes hubiese entregado un álbum con nuevas versiones de temas que consideraba minusvalorados (In the blue light, 2018) parecía certificar que su cancionero no daría cabida a nuevas incorporaciones. Por eso Seven psalms no es una invitación al retraimiento, sino, en todo caso, una reaparición feliz. Y ojalá que no postrera: nos encantaría seguir aprendiendo de la mano de este poeta de la vida.

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