Paul Frederic Simon acaba de cumplir 76 primaveras, como su amigo y tocayo McCartney. Pero a diferencia de Macca, que anhela una eterna juventud hasta el final de sus días, el neoyorquino ha emprendido la senda de la retirada. Y mientras sir Paul aporta 58 flamantes minutos de nuevas composiciones (Egypt station), el autor de Los sonidos del silencio se nos retrae bajo una luz azul, crepuscular y serena.

 

In the blue light es un disco de autoversiones, fórmula lo bastante inusual como para que Simon se haya sentido en la obligación de encabezarlo con un texto sentido, a modo de aclaración. Estas diez canciones, viene a decirnos, pasaron inadvertidas y eran susceptibles de reformulación: una vuelta de tuerca, esa segunda oportunidad que no siempre concedemos a quienes la merecen. No todas son igual de poco frecuentadas: la fabulosa Darling Lorraine suele aparecer en los directos y la bellísima y decadente René and Georgette Magritte with their dog after the war figura en las quinielas de miles de fieles. Pero Simon parece querernos decir que no le hemos prestado la atención debida a su obra reciente (You’re the one, de 2000, aporta cinco de los diez originales) y que su perspectiva de septuagenario le conduce hacia tonos jazzísticos, a veces cercanos a la música de cámara; tan delicados como henchidos de belleza honda.

 

Algunas guitarras, ojo, son de Bill Frissell; maneja las baquetas Jack DeJohnette y la trompeta y arreglos de Wynton Marsalis remiten al primer Sting, nada más deshacerse The Police. In the blue light es un disco evocador, acongojado, lindísimo. Y con una página final, Questions for the angels, ante la que es imposible no sobrecogerse. Simon encara la certeza de lo efímero, pero al menos sabe que su legado será inmortal.

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