Llevamos cuatro años presentando a Salvador Sobral como el sorprendente ganador de Eurovisión en 2017 gracias a Amar pelos dois, y no hay nada de malo en ello: el dato es obviamente cierto y aquella canción que le había escrito su hermana Luísa Sobral era y nos sigue pareciendo excepcional. Pero la verdadera incorporación del lisboeta a la vida adulta llega con este cuarto álbum, el primero sin duda sobresaliente de su trayectoria. bpm, iniciales de “pulsaciones por minuto”, es un trabajo complejo, laborioso, intrincado, plural y fascinante en el que Salvador se destapa por vez primera como compositor y no solo intérprete, y en el que erige todo un universo de pop jazzístico con el regusto tenue de ese Atlántico que cada mañana sigue inundando su mirada.

 

En realidad fue el mar océano del Algarve, y no tanto el de Lisboa, el que ha impregnado los latidos creativos de Sobral y su otro gran hermano musical, Leo Aldrey, con el que coincidió hace una década en el Taller de Músics de Barcelona y del que ya no se ha separado. Los dos vivieron en la costa sur de Portugal los meses de confinamiento y pergeñaron esta obra que conduce a Salvador de lo relevante a lo necesario.

 

Aldrey, coautor de este rutilante nuevo repertorio, aporta el chispazo electrónico y los vericuetos armónicos, puesto que las canciones exhiben desarrollos sofisticados, hermosos y desconcertantes ya desde la pieza inaugural, Mar de memórias. Es esa misma sagacidad melódica que hemos admirado en Jamie Cullum o en Kurt Elling la que aquí también termina aflorando en la temperamental Sangue do meu sangue (tan dulce en su arranque, tan intensa en el desarrollo), la primorosa Fui ver meu amor o la fascinante Paint the town, una de las escasas incursiones fuera de la lengua materna.

 

También hay hueco para el castellano, por cierto: en la galante Canción vieja y en el esmerado único dúo del álbum, Aplauso dentro, junto a la joven y aún insuficientemente divulgada cantante de jazz Margarida Campelo. Y al inglés se le reserva el ritmo ternario de That old waltz, con ese aire a un Leonard Cohen jovencito. Pero el portugués sigue siendo el idioma vehicular para un hombre que sabe compartir la sensibilidad de sus compatriotas Vitorino o Rui Veloso y añadir la sabiduría jazzística de nuestro compostelano Abe Rábade, responsable del exquisito piano de todo el trabajo.

 

Tras el ameno y algo disperso Paris, Lisboa (2019) y el prematuro paréntesis bolerístico de Alma nuestra (2020), este bpm es el primer álbum con mayúsculas de Sobral, su verdadero estirón artístico. Y un ejercicio de valentía: una de sus mejores composiciones, Medo de estimação, encierra un espíritu de pop-rock progresivo que sorprenderá a los oyentes más recatados. Quizá bpm no haga más popular a Salvador Sobral de lo que ya es, pero le consagra –anécdotas televisivas al margen– como un grande de la música portuguesa.

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