Sparkle in the rain no un disco grande, aludiendo a esa etiqueta de “Big music” que tanto se le atribuyó, sino más bien orondo. Tiene algo de avalancha, de despliegue militar. Escuchamos ese bajo pedal que inaugura Waterfront, el enorme tema de presentación, y entran ganas de sacar los tanques a las calles. Pero esa misma sensación se percibe, quizá incrementada, en la mucho menos conocida The kick inside of me, donde Jim Kerr se nos presenta más desatado que nunca, desgañitándose como si la fuerza de un regimiento de gaitas se hubiese apoderado de él.

 

Puede que hubiera un punto excesivo en todo este despliegue, pero también de gloria. Los Minds habían entregado cinco álbumes dispares a velocidad de centella, a veces más escorados hacia el post-punk y otras muy influidas por la new wave. Sparkle… era su gran salto al vacío, una apuesta por llenar estadios, reventar tímpanos e inflamar carótidas. La conjunción de sintetizadores colosales y una batería desmadrada te levantaban del asiento en Book of brilliant things, justo después de que Up on the catwalk hubiese abierto boca con otro ejercicio rotundo de percusión y hasta mesianismo. Waterfront sirvió como piedra angular porque fue la primera canción escrita y desvelada de todo el proceso: en agosto de 1983 ya se pudo escuchar en el Phoenix Park dublinés cuando los escoceses respaldaron a U2 en el gran bautismo de masas para ambos.

 

La conexión Glasgow/Dublín dio mucho juego: ventajas de que se alinearan dos de las ciudades con mejor oído del planeta. Ambas formaciones se dejaron contaminar e influir recíprocamente. De hecho, Kerr y su inseparable guitarrista, Richard Burchill, acabaron aceptando el fichaje del productor de U2, Steve Lillywhite, para que se hiciera cargo de su particular asalto a los cielos. Lo consiguieron con creces, a juzgar por las cifras de ventas de la época, aunque una parte del repertorio se haya ido desvaneciendo en nuestras memorias.

 

Es el caso de East at Easter, la más narcótica y experimental de las 10 composiciones. O de Shake off the ghosts, apreciable pero inesperado instrumental para cerrar el telón; una decisión quizá incoherente con el empeño de la banda por multiplicar su fama. Los ecos del folk terruñero se cuelan tímidamente en Street hassle, donde Lillywhite quizá se dejase llevar por el influjo de Big Country, otros escoceses a los que también acababa de producir. Eran todos efectistas hasta los tuétanos: músicos, productor, influencias. Pero determinados monumentos a la grandiosidad (Speed your love to me) aún pueden hoy erizarnos los cabellos.

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