Ha ido ganando seguridad y aplomo Steffen Morrison a pasos agigantados, tanto como para adjudicarle un título enfático a este tercer elepé y postularse como heredero plenipotenciario de las mejores tradiciones y linajes de la música negra. Puede parecer un exceso de ambición por parte de un hombre enraizado en Amsterdam, un callejero con mucho menos pedigrí que Detroit o Chicago, pero este aprendiz insaciable de los grandes del género se viene arriba con un álbum de sonido exuberante y ambición indisimulada, por mucho que el ramplón y desafortunado diseño de la carátula se corresponda más con la obra de un aprendiz ocasional.

 

El muchacho de Paramabiro (Surinam) que despuntó hace ahora justo una década en la edición de La voz para la tele de los Países Bajos ha dejado de ser un artista circunstancial. Legacy es un álbum muy bien armado que arranca de manera huracanada, con los coros de góspel de Stand up y un Morrison dispuesto a ejercer de predicador como una versión centroeuropea de Seal. Hay mucha espiritualidad en todo el álbum, que incrementa su trascendencia en páginas como Land of confussion, con sollozos a la manera de Marvin Gaye (aunque ese “I know I know…” reiterado parece más un préstamo de Ain’t no sunshine, del gran Bill Withers). Pero curiosamente el gran autorretrato no llega hasta el penúltimo corte, Self made man, en el que el surinamés tira de pundonor, desafío y testosterona a la manera de James Brown para sacar pecho y reivindicarse como lo que nadie le puede negar que es: un tipo sin padrinazgos ni hipotecas, curtido desde la cuna y hecho a sí mismo porque nunca nadie le ofreció el menor atajo.

 

Y así, a golpe de amor propio, va creciendo este trabajo temperamental y sentido, apegado a la escuela clásica (Feels so good, de groove profundo, esboza un homenaje a su venerado Donny Hathaway) pero con guiños eclécticos hacia otras sensibilidades: de ahí los pasajes rapeados para Respect yourself o la inesperada deriva latina en el último suspiro de Can’t get enough, una buena idea seguramente desaprovechada por su fugacidad.

 

En este legítimo afán por ampliar geografías y públicos radica el empuje de Legacy, un buen ejercicio de estilo que gana enteros cuando su firmante se desentiende de cábalas y tira de coraje e instinto. Es el caso de la ya referida pieza autobiográfica, pero también de la afilada Deal with the devil, frenética y guitarrera, y de la impecable Temptation, en la que confluyen todo un trajín de percusiones, segundas voces y maneras de arreglos orquestales. En el cuartel general de Stax le habrían levantado el pulgar bien alto.

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