¿Un artista de Surinam afincado en Amsterdam y con una evidente fijación por Donny Hathaway, Teddy Pendergrass y demás grandes de los años setenta? Así es: todas esas circunstancias nos sirven como carta de presentación urgente para Steffen Morrison, artista ya no tan joven pero sí emergente, la más ilusionante nueva constatación de que el soul no conoce ni fronteras ni declives. Lenguaje eterno y universal que este holandés apuntala con un segundo álbum mucho más redondo y conseguido que su antecesor (Movin’ on, 2018), y que constituye un acto de amor hacia la música, la vida: un autorretrato afable con el que conquistar y reconfortar al prójimo, justo ahora que tan necesitados estamos de caricias.

 

Soul revolution es, en efecto, seda primorosa para nuestros oídos. El título es ambivalente, engañoso y muy verídico a la vez. No hay nada de revolucionario en el soul de Morrison, más receptivo hacia las enseñanzas clásicas (llamémoslo retro soul, si se quiere) que con otras fórmulas teóricamente renovadoras. Pero la música de este hombre sin duda sirve para reconfortarnos el alma y ejercer como bálsamo con su despliegue de sonidos poderosos e irrefutables.

 

Los ingredientes están ahí, avaladas por décadas de aprendizajes de primera calidad. Nuestro holandés es capaz de ordenar en la casilla de salida un ardoroso tema con metales pletóricos (Soul revolution), un sensual tiempo medio (You’ve been hit by a butterfly) y la perfección baladística de Old fashioned para avalar desde la recta inicial su destreza en todos los modos y velocidades. Y sus compañeros de escritura son tan irreprochables como su voz cálida y dúctil; en particular en el caso del joven e hiperactivo Andy Platts, ese geniecillo enamorado de la música suave de los setenta al que conocemos por su excelencia atemporal como líder de Mamas Gun y copartícipe en Young Gun Silver Fox.

 

La edición holandesa de La voz sirvió hace siete años para que en los Países Bajos comenzaran a tener noticias de este hombre de Paramabiro. Ahora ya no habrá pandemia ni calamidad que pueda frenar su merecido ascenso. Basta escuchar Can’t stop loving (What your heart still loves), por ejemplo, que remite con su voz rasgada al rubiejo James Morrison mientras la línea de bajo que aviva el recuerdo de I heard it through the grapevine. O embaucarse con el emotivo cierre de Let us not wait too long, de solemnes resonancias gospel. Más que revoluciones, Morrison nos ofrece aquí emociones. Y no es tesoro pequeño.

 

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