No, no nos traiciona la memoria: Stone Temple Pilots formaban parte de la aristocracia del grunge. Hace casi 30 años se disputaban con Pearl Jam las preferencias del gran público, hasta el extremo de disputarse los productores; se erigieron en adalides de aquel rock enrabietado pero melódico, fueron capaces de llenar muchos, muchos pabellones. Todo ello, para quien no recuerde los tiempos gloriosos, porque quien se enfrente a este Perdida con mirada virgen descubrirá a una banda completamente distinta a aquella. Han transcurrido no solo tres décadas, sino algunas vidas, empezando por las de Scott Weiland y Chester Bennington, que nos dijeron adiós para siempre en 2015 y 2017, respectivamente. Por eso este álbum adquiere un aire invernal desde su misma presentación, pero el árbol de la portada parece indicarnos que, incluso después de la más despiadada ola de frío, la vida siempre termina por resurgir. Y aquí lo hace con diez canciones en las que el dolor se entremezcla con la serenidad y el sosiego, en las que a la tragedia se le contrapone un cántico de esperanza. Y es muy hermoso asistir a esta confesión en toda regla de unos hombres profundamente heridos, pero en ningún caso derrotados. Jeff Gutt, el sustituto como voz cantante que ya debutó en el homónimo Stone Temple Pilots (2018), refrenda que ha encontrado su sitio, ajeno a alharacas y aspavientos, por más que su pasado como concursante de Factor X fuera inevitable fuente de recelos. Cualquiera que escuche la conmovedora apertura, Fare thee well, a la vez despedida y declaración de fe, se sacudirá los prejuicios de un plumazo. Y no digamos ya en el caso de Perdida, el tema titular, un vals cadencioso que en su tramo central parece escrito, y hasta interpretado, por el mismísimo Rufus Wainwright. No hace falta esta vez que el guitarrista Dean DeLeo ejerza la omnisciencia: muy al contrario, debe dejar hueco a saxos, una sección de cuerdas y hasta un marxófono (una especie de cítara). Pero la edad madura, qué duda cabe, les sienta muy bien a estos hombretones. Miles away sigue siendo el tipo de canción que le habría encantado interpretar a Scott Weiland, pero I didn’t know the time es el tipo de canción que no nos importaría seguir escuchando a lo largo de todo el año.

 

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