A ese adorable gafotas que responde al nombre de Craig Finn le siguen cayendo años a las espaldas, como a todo el mundo. Y ese poso de gravedad serena, solemnidad y visión escéptica es el que acaba filtrándose entre las hechuras de este Open door policy e impregnándolo todo a lo largo de sus 10 capítulos.

 

Transitamos ya por el octavo álbum de The Hold Steady (estilizados como THS para la portada, como guiño cómplice a la hinchada más atenta), Finn alcanzará en verano una edad tan seria como medio siglo, el maldito virus malogró planes ambiciosos para el 20 y pospuso el alumbramiento de esas canciones, y todo ello acaba traduciéndose en un disco que casi puede escucharse como una pequeña ópera-rock moderna en torno a los tormentos de la alienación novosecular. Pero que nadie se asuste: más allá de la lectura global, el sexteto también se encarga de arrollar con el sonido más contundente, musculoso y abrasivo en algún que otro lustro.

 

Paseen sin miedo por las estancias de este monumento de rock clásico inspirado en conflictos eternos: acabarán pasándolo realmente bien. Ahí está ese prodigio angular que se titula Lanyards, imprescindible para amantes de Pearl Jam o Counting Crows. El estimulante aire machacón, solemne y marcial de Heavy covenant, con el bombo sacudiendo al compás. El espíritu misterioso que late (escuchen ese bajo) en Hanover camera, que parece una canción de Leonard Cohen pasada por el filtro de Tindersticks. O el furioso recitado de Finn en numerosos pasajes, como Spices, Me & Magdalena y, sobre todo, The prior procedure, de la que proviene el título del álbum y donde el jefe de filas no llega a articular una sola nota musical. No importa: entre la guitarra eléctrica y los metales nos sobra entretenimiento, incluso aunque los Steady hayan optado por un sonido algo desvaído para los saxos.

 

Lo más atípico del lote llega con Unpleasant breakfast y su crepitar rítmico más intenso y menos setentero, incluso con alguna caja de ritmos, aunque el acelerón final parece un arrebato del Springsteen joven. En algo se tiene que notar la mudanza del grupo desde Minneapolis a Brooklyn, que queda ya a un saltito solo de Nueva Jersey. Ojo, que el ascendente del Boss y aquella década gloriosa (tanto, al menos, como los sesenta) resulta aún más evidente en la adorable Riptown. Craig es un compositor poco propicio para el tarareo, pero sí para que a cada nueva escucha nos sintamos más seducidos.

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