He aquí un disco paradójico, ya de partida, y quizá ahí radique buena parte de su encanto. The Jaded Hearts Club saltan a la palestra como una superbanda descomunal, la más deslumbrante coalición de estrellas británicas que alcanza a computar la memoria en un montón de años. Y, sin embargo, este estreno es extraordinariamente cauto y humilde, un entretenimiento puro, duro, exento de ínfulas y ambiciones. No quiere nadie aquí mover un músculo para cambiar una sola línea de la historia, una circunstancia que, por galones, estaría a su alcance. A cambio, nos hacen partícipes de sus quedadas en la cumbre. Y, caramba, resulta muy evidente que se lo están pasando muy bien.

 

Ojo, el estreno de TJHC es modosito hasta en longitud, apenas media hora para una puesta de largo sin ningún interés por hacer demasiado ruido. Y, pese a la acumulación de quilates frente a los micrófonos, ninguno se molesta en presentar material. Es decir, tenemos media docena de efectivos de primerísimo nivel, pero este Club de Corazones (un guiño evidente al Lonely Hearts Club Band de los Beatles) se erige en un exquisito grupo de versiones. Y ni siquiera con el brit pop como objetivo primordial: los tiros van más en la dirección de la Motown o, en todo caso, del northern soul. 

 

No hay, pues, otro objetivo que no sea el de pasar el rato. Matt Bellamy (Muse) ejerce más de bajista que de cantante, una misión por la que asoman desde Miles Kane (The Last Shadow Puppets) a Nic Cester (Jet), con Sean Payne (The Zutons) tras la batería y el brutal Graham Coxon, guitarrista de Blur, agrandando el sonido. La mecha la prende un segundo guitarrista, Jamie Davis (habitual de Margo Price, por ejemplo), responsable de persuadir a sus amiguitos para que dejen a un lado obligaciones y preocupaciones. Y que se desmelenen.

 

Misión cumplida. Rememoramos a Marvin Gaye con This love starved heart of mine y de otros ilustres de la música negra, Isley Brothers, nos encontramos con Nobody but me, uno de los números más conseguidos. La huella de los Beatles se registra por vía diferida a través de Money (That’s what I want), el temazo de 1959 del casi adolescente Barrett Strong que los de Liverpool recrearían apenas cuatro años más tarde. Pero puede que el momento más inesperado, estrafalario y encantador nos lo encontremos con Long and lonesome road, un temazo (admitámoslo) de ¡Shocking Blue! con el que Cester se desgañita y parece disfrutar como un poseso.

 

Es cierto, no habrá una página dedicada a You’ve always been here en los próximos manuales de discos imprescindibles. Pero es casi inevitable que disfrutemos y sonriamos con esta especie de fiesta improvisada. Tipos insignes que aquí prefieren ejercer como amigotes traviesos y sonrientes. Y la risa, ya se sabe, siempre termina siendo contagiosa.

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