Los discos sorpresivos y los álbumes hermanos se están convirtiendo casi en un género por sí mismo en esta era nuestra de las plataformas digitales. Nadie habría pronosticado ni por asomo un segundo elepé de The National en este 2023, y los propios interesados se cuidaron muy mucho de mantener el mayor de los mutismos en torno a esta criatura hasta apenas un par de días antes de su alumbramiento virtual (aún habrá que esperar algunas semanas para hacernos con nuestro ejemplar físico, un requisito que, en el caso de los trabajos relevantes, se sigue antojando ineludible). Pero Laugh track prolonga el discurso de First two pages of Frankenstein sin ocultar, ya desde la misma portada, su condición de mellizo, un término más generoso que otro quizá preciso pero antipático: secuela.

 

Puede quedarnos la duda del motivo último por el que Berninger, los Dessner y los Devendorf han optado por esta fórmula en lugar de entregar en primavera un elepé doble o espaciar ambos trabajos para desvincularlos el uno del otro. Pero da igual: un nuevo elepé de The National siempre había sido hasta ahora motivo de fiesta (en sentido conceptual y espiritual, se entiende que no por su agitación rítmica ni por el optimismo en los argumentos) y Laugh track, sin duda, continúa siéndolo. Quizá a costa de que la sorpresa se traslade más al mismo hecho de la publicación que al contenido en sí, que se asemeja notablemente en espíritu y trasfondo a su ya de por sí contrito hermano mayor.

 

Decíamos de First two pages… que exacerbaba la dimensión adulta de una banda que no pretende aportar un solo miligramo impostado de desparpajo milenial, y la docena de cortes que prolongan ahora aquel discurso tampoco invitan a la vida alegre. Pero, con todo y eso, suponen un contrapunto sutilmente más luminoso que el de la obra de partida, a juzgar por el mayor número de momentos acelerados, desde Turn off the house a Deep end (Paul’s in pieces), y sobre todo por la restricción en el uso de las cajas de ritmos, un recurso hipnótico y efectista que conlleva una injusticia flagrante: restarle trabajo al enorme Bryan Devendorf es un crimen laboral por el que todos los sindicatos del sector deberían actuar de oficio.

 

Al igual que sucedía en el caso de su antecesor, uno de los más evidentes atractivos de Laugh track también proviene de su listado de invitados ilustrísimos, una constatación en sí misma de que hay pocas cosas más apetecibles y distinguidas ahora mismo que un disco de The National. A Phoebe Bridgers nos la encontramos algo desvaída y diluida en el tema titular, pero en cambio Bon Iver contribuyen a resaltar el insólito aire de neo soul que exhibe Weird goodbyes, quizá uno de los mayores hallazgos de toda la entrega. Y Rosanne Cash, la aliada menos previsible, agrega armonías y una parte solista preciosa a la dulce, sencilla y encantadora Crumble, puro country-folk tan adorable como incontestable.

 

Quizá no necesitábamos incidir en piezas y ambientes que suenan redundantes o, como mínimo, demasiado frecuentados ya por los neoyorquinos (Space invader, Coat on a hook). Con ellos siempre se agradecen unas ciertas dosis de riesgo, y aquí ese vértigo solo lo aportan los casi ocho minutos finales de Smoke detector, la pieza más experimental y obsesiva, la más arriesgada y a la vez absorta; Matt Berninger murmulla en un caracoleo vocal absorto mientras Aaron y Bryce Dessner se enzarzan en un duelo guitarrístico enrabietado. Les viene muy bien a ellos, que seguramente lo vivan como una catarsis; y nos viene mejor que bien a nosotros para ampliar el espectro sonoro y que el regusto final sea el de la alta cocina.

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