¿El mejor supergrupo femenino de la historia? Parece una definición pomposa, sí, pero tampoco se nos ocurre manera de refutarlo. La alianza de Julien Baker, Lucy Dacus y Phoebe Bridgers solo había fructificado hasta ahora en 2018 en forma de un EP homónimo, ese formato demediado que suena a quiero y no puedo, a sí pero no, a la versión fonográfica del viejo y frustrante coitus interruptus. Pero este primer elepé propiamente dicho, con todas las letras, permite lanzar las campanas al vuelo de una vez por todas. Las tres musas indies, excelentes en sus respectivas y prolíficas trayectorias por cuenta propia, se vuelven sencillamente adictivas cuando adoptan este formato asociativo. Y convierten The record en un disco de encanto flagrante, adorable desde la primera escucha, reincidente en el lector. Uno de esos álbumes con los que, en su día, desgastaríamos la aguja del giradiscos.

 

A las tres artífices de este prodigio les va lo bastante bien por su cuenta como para no precisar de alianzas, pero la camaradería que parece haber surgido entre ellas mejora la escritura de todas. No es exactamente rivalidad, sino esmero entre genias: si te esperan unas interlocutoras de ese nivel, no puedes plantificarte en el local de ensayo con cualquier medianía en el cuaderno de notas. Y así es como de tres solistas muy apreciables nace un fastuoso monstruo tricéfalo que parece, a la vez, la versión femenina de Crosby, Stills & Nash, unas nuevas Haim que no necesitan de lazos de cosanguinidad o una visión revisada de Fleetwood Mac, también con tres plumas aportando la savia pero sin vértice masculino ni necesidad de disipar tensiones sexuales no resueltas.

 

Abrir la colección con una grabación a capela que parece sacada de un acetato de los años cincuenta ya es toda una muestra de seguridad en las propias posibilidades, como si The Kingston Trio nos hubiesen ocultado la existencia de otras tantas chicas en su familia. Es solo un pequeño guiño de 80 segundos que hace aún más impactante el arranque de furia de $20, puro rock guitarrero que entra como la seda, incluso con la incorporación final de algún que otro alarido. Ahí queda fijada la faceta más noventera del cónclave, la misma que aflorará en la adorable Not strong enough o en las ásperas Satanist y Anti-curse. Y, a modo de contraste, la modalidad folkie permite el deleite en algunas páginas simple y llanamente colosales; en particular Cool about it, que le debe parte de su aliento inspirador a Simon & Garfunkel (el comienzo de las estrofas es un préstamo de The boxer), pero también con Emily I’m sorry o la lentísima y lindísima página final, Letter to an old poet.

 

Puede que no necesiten leer más, en realidad. Hínquenle el diente a The record, porque van a necesitar tiempo. Son solo 42 minutos, pero necesitarán muchos más. Es imposible quedarse en unas pocas escuchas. Cuando ya se hayan familiarizado con ellas, procedan a la lectura atenta de las letras. Son ingeniosas, sagaces, divertidas, inesperadas. Y no pocas veces cargadas de un fino sentido del humor. Por ejemplo, la definición del protagonista de Leonard Cohen (aunque la canción más parece escrita por Elliott Smith): “Un viejito de crisis existencial en un monasterio budista / que escribía poesía lujuriosa”. Mejoren eso.

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