Su discografía anterior le delata y cualquiera que le haya visto subido a un escenario podrá refrendarlo sin asomo de duda: Kristian Matsson es un tipo carismático, embaucador y adorable, más allá de los centímetros de altura que acredite en su ficha médica (que son bastantes, pero no superlativos). Pero a esa capacidad de fascinar, acompañar y conmover casi con lo puesto, en la más clásica y rigurosa acepción del trovador, añade esta vez su empeño por aportar unos ropajes más rutilantes. Por lucir mejor el tipo, puestos a seguir con la metáfora.

 

Henry St. no tendría necesariamente por qué ser el mejor álbum en la trayectoria de The Tallest Man on Earth, pero sí el más instantáneo y redondo, el que mejor se amolda a una concepción más panorámica de la canción de hechuras acústicas. Y todo ello lo convierte en adictivo. Kristian se hizo acreedor a pulso durante varios quinquenios de ese título oficioso y reiterado de “el Dylan sueco”, pero ahora se aleja muchos kilómetros de ese paradigma del hombre solitario con voz, guitarra y armónica. Aparecen también, por fin, los metales (en el inaugural Bless you, en In your garden still y, de manera aún más significativa, con un saxo frágil y hermoso para Slowly rivers turn), pero también las cuerdas (New religion) o un banjo que acelera el tempo en la dulce Major league. De hecho, y esto también es sintomático, la única pieza de concepción acústica y austera, Henry St., no recurre a la guitarra como escueto acompañamiento para la voz, sino al solemne y triste piano de Phil Cook.

 

El concurso del ecléctico Cook –integrante de Megafaun y colaborador de gente muy diversa, pero siempre deliciosa– es tan relevante como la producción de Nick Sanborn, a quien teníamos fichado del sagaz dúo Sylvan Esso. Todo contribuye a hacer de Henry St. el trabajo más cálido, confortable y, sobre todo, reconfortante de Matsson, que saca un enorme partido a esa capacidad suya para la canción canónica, con o sin estribillo. Desde la voz vulnerable y quebradiza en Bless you a las escobillas al trote para Every little heart o el aire inusitadamente expansivo de In your garden still, todo es muy disfrutable aquí. Hasta desembocar en la preciosísima Italy, tan cálida, sentida y musitada, y con ese aroma a salitre que le confiere el ukelele. Maravilla.

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