Definitivamente, deberíamos empezar a considerar la música de Conor O’Brien como uno de los grandes patrimonios inmateriales en lo que llevamos del ya no tan nuevo siglo. Este es el quinto álbum del irlandés, ninguno de los cuatro anteriores había bajado del notable alto, ninguno repetía las coordenadas del anterior ni se asemejaba al siguiente. Y esa desbordante capacidad de reinvención y de creación inspirada, ese universo propio e inabarcable se acrecienta aún más en este regreso, aunque ya fuera exiguo el margen de mejoría.

 

No hay manera de escuchar Fever dreams en todo su esplendor si no es dedicándole todas nuestras atenciones. El disco no llega a ser complejo, pero sí riquísimo; infinito en sus meandros y vericuetos. Engalanado de sintetizadores planeantes, efectos sonoros, arreglos de cuerda y metales y hasta momentos, como en la larga disertación de saxo durante la fabulosa So simpatico, en la que parece sobrevolar por la sala todo el legado de The dark side of the moon.

 

O’Brien tiene los grandes códigos de la canción clásica grabados a fuego en los genes, pero los amplifica con su gusto por la sorpresa y el oropel. Lo suyo es pop de cámara a niveles tan incontestables que solo podemos imaginar a The Divine Comedy oponiéndole resistencia. Solo que aquí, claro, estamos sujetos al talante más melodramático y confesional de este ilustrísimo vecino dublinés, absorto esta vez en desarrollos más extensos (la mitad de los cortes rondan los seis minutos) y de arreglos más minuciosos. Habrá quien lo considere preciosismo, pero no. Es, por afinar con la terminología, una preciosidad.

 

La inventiva de este muchacho es, por si todavía cupiera duda, ingobernable. Ahí está el ejemplo mayúsculo de Circles in the firing line, un tema majestuoso y bello que va creciendo y desdoblándose hasta desembocar en una broma final de medio minuto en clave de punk. Y todo ello, justo antes del delirio experimental y psicodélico, casi jazzístico, de esa marciana portentosa que lleva por título Restless endeavour.

 

Hay algo febril y onírico a lo largo de todo el elepé, por darle plena validez a su título. Gotas de dream pop, pero también soul de corte ácido o mantras ensimismados como Full faith in providence y sus ribetes corales. Incluso el Macca travieso y encerrado en su habitación de McCartney II claudicaría ante el caudal de ideas que afloran en este Fever dreams. Nos ha quedado claro: este hombre se mueve por otra galaxia.

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