La historia que testimonia el autor es tan inaudita que solo puede ser cierta. Abrumado por sus obligaciones paternofiliales (dos chiquillos casi consecutivos) y las responsabilidades laborales en el sector audiovisual, Guillermo Farré no encuentra momento para retomar la faceta musical ni, aún peor, repertorio con el que buscarle sucesor a Torres blancas (2017), su celebrado primer disco enteramente en castellano. Pero en esas cae en la cuenta de que la carpeta de notas de voz del teléfono está repleta de canciones incipientes y esbozos mínimos que él ha ido grabando a lo largo de los años y de los que no guardaba memoria alguna. Ruinas futuras nace así, del hallazgo fortuito de un material abandonado que resulta ser propio, aunque se redescubre con la sorpresa de quien se encontrara con un legado ajeno y anónimo. Y sí, el contenido es a la postre tan fascinante como esta azarosa génesis.

 

Ruinas futuras tiene mucho de eso, de accidente y de feliz coincidencia. Es un escorzo raro y propicio para el estupor: como la estampa del propio Farré en portada, donde no queda claro si acaba de impulsarse en un salto o de tropezar. Y el resultado final son 10 canciones frágiles, delicadas y de belleza tan rara como, a la postre, intensa. Canciones con mucha más estrofa que estribillo, en las que afloran deliciosos arreglos de cuerdas (Dinosaurios y supermercados, Dos accidentes, Ruinas futuras) y de metales (las no menos adorables Me dijeron que ya no vives aquí o En los márgenes de lo que llamabas realidad), sintetizadores viejunos, coros femeninos, guitarras ensoñadoras y esa voz endeble, quebradiza y encantadora de Farré, tan propicia para abrazar y ser abrazados. Justo de lo que más necesitados andamos en estos tiempos.

 

Wild Honey comenzó como una aventura en inglés (Epic handshakes and a bear hug y Big flash, en 2009 y 2013) que homenajeaba el universo de Beach Boys hasta en el nombre de la banda, para el que cogía prestado el título de uno de los discos más bellos y menos conocidos de los californianos. El muy deseable trasvase al castellano ha ido moldeando un sutil viraje estilístico que ahora vemos con más claridad que en Torres blancas. Guillermo sigue incluyendo muchos cambios de acorde en las canciones, pero ahora no se mira tanto en Brian Wilson como en Belle and Sebastian y la gran escuela escocesa. Incluso el latido sentimental y confesional de Ruinas futuras, la canción titular, remite a los vigueses Eladio y Los Seres Queridos. Y otras melodías, puestos a buscar parentescos nacionales, no desentonarían en el muestrario de Niños Mutantes.

 

Pero el tratamiento, claro, es muy distinto. Sobre todo porque Farré cuenta como aliado sonoro a Remate, que aquí ejerce de coproductor, escudero instrumental y alter ego, y aporta grandes dosis de imaginación sutil, de inteligencia tan evidente como poco rimbombante. Son apenas 31 minutos los de estas Ruinas futuras, pero el poso de satisfacción es mucho más duradero.

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