A los cuatro integrantes de The Loft les clarean a estas alturas las sienes de manera clamorosa y las poco generosas matas de pelo se han vuelto níveas, pero esta casi milagrosa colección de 10 canciones representa un debut discográfico para el que han necesitado algo más de cuatro décadas. La banda formaba parte en 1984 de la alineación titular de Creation Records, abanderó la buena nueva del indie y publicó un puñado de singles que hicieron pensar en que algo realmente histórico estaba a punto de suceder. Lo que sobrevino, muy al contrario, fue una trifulca interna de encarnizadas rivalidades cruzadas, la disolución pública del grupo en pleno concierto y la asunción de otras entidades; en particular, en el caso del cantante y compositor casi único, Peter Astor, los fantásticos The Weather Prophets y una carrera solista que no siempre ha brillado como merecería.
Y ahora, ocho lustros y pico después, retomamos la narración de The Loft con este disco de título elocuente. Porque “Todo cambia, todo permanece igual”, en efecto. Y ahora, atesorando ya entre las manos el disco de debut más largamente demorado en la historia de la música pop, podemos emitir el veredicto: Everything changes… es fantástico. Sobre todo en lo relativo a una cara A para enmarcar y repartir entre toda la gente buena que conservemos en nuestras agendas de contactos.
Astor y su contrapunto guitarrístico y vocal, el también londinense Andy Strickland (fundador de los espléndidos y fugaces The Caretaker Race cuando los Loft primigenios se fueron a pique) ya no conservan la furia y angustia de sus años como veinteañeros, pero la hondura de la madurez convive en este anheladísimo repertorio con el crepitar de esas 12 cuerdas predispuestas siempre al arpegiado adictivo. Melodías memorables, historias melancólicas, el pellizco eléctrico hermanado con el aire bondadoso de las grandes armonías vocales: he ahí los elementos que distinguen un álbum en el que resuenan las enseñanzas beatlemaniacas (Dr. Clarke); los temazos que, de tan adorables y perfectos, podrían medirse en duelo con Teenage Fanclub (Feel good now) o The Go-Betweens (Storytime), la balada imperecedera (Greensward days) y hasta un colofón, This machine, de cierta narrativa épica y peliculera.
Y entre medias, en el corazón del álbum, ese monumento titulado Killer. Una canción, en efecto, matadora. Y por la que el mismo Jeff Tweedy habría aceptado pactos diabólicos con tal de que acabase en su saco. Son solo 37 minutos de música, un bagaje escaso tras una espera casi infinita, pero estos jovencitos sexagenarios se perfilan ya como una de las grandes noticias del 25.