El veterano promotor de conciertos Julio Martí, inmerso desde hace ya más de cuatro décadas en aventuras arriesgadas, eminentemente melómanas y a menudo más bien quijotescas, imprime un nuevo giro a su currículo de empeños en apariencia suicidas con la creación de un nuevo sello discográfico que lleva su nombre. En un momento en que nadie acaba de creer en el fonograma, sesgado como está el sector hacia el pálpito de la música en directo y la lotería cruel y restrictiva del algoritmo, en la que solo parecen salir las bolas con elementos urbanos o reguetoneros en su composición, fundar una disquera e inaugurar su catálogo con esta monumental travesura de Álex Conde quizá tenga algo de disparate. Pero solo podemos empatizar con este tipo de alocados locos suicidas; quizá porque, frente a tanta nadería reinante, estos oasis invitan a instalar la tienda de campaña en la orilla y refrescarse la garganta hasta que acabemos del todo saciados.
Conde es un pianista, teclista, compositor y director musical de amplio bagaje y pedigrí, más aún después de los tres lustros largos en que le hemos tenido por tierras estadounidenses afianzando sus ya muy sólidos conocimientos jazzísticos. Por allá provocó más de un gesto estupefacto con la heterodoxia aplicada a la hora de reinventar los catálogos de autores como Bud Powell o Thelonious Monk, pero aquellas travesuras se quedan en mínimos amagos cándidos si las comparamos con el soberano vuelco a la música popular española que propicia ahora con esta formulación de Los Indultados. Un nombre ocurrente, sonoro y, por lo demás, seguramente nada accidental, porque esta docena de instrumentistas se encargan precisamente de eso, y a conciencia: de aportar brillo, luz y orgullo a melodías celebérrimas pero a menudo estigmatizadas, acostumbrados como estamos a considerar la copla, el pasodoble y cualquier otra melodía del gusto de nuestros padres y abuelos más humildes como un material muy poco noble y sujeto a una época y hasta a una ideología.
Las concepciones simplistas, reduccionistas y pacatas en torno a la copla se han ido dinamitando con los años, sobre todo desde que Carlos Cano o, en el ámbito de la intelectualidad, Manuel Vázquez Montalbán, nos abrieran los ojos sobre la auténtica naturaleza de aquellas músicas que pusieron banda sonora a la España franquista sin que las mentes (no) pensantes se dieran cuenta de su potencial subversivo. Pero Conde llega más lejos: no solo confiere una dimensión casi de big band a Tatuaje, la celebérrima pieza de Quiroga, sino que logra un efect similar a partir de partituras que muy pocos músicos se atreverían a reivindicar de antemano, desde Suspiros de España a España cañí o, atención, ¡Paquito el chocolatero!
El empeño no solo es transgresor y desmitificador, sino serio y riguroso. Porque Álex no solo se propone gastarnos una broma, sino abrirnos ojos, oídos y, más allá de todo eso, mentes. La rotundidad del resultado habla por sí sola. Tenemos que quitarnos todavía muchas vendas y prejuicios. Y un jazzista con corazón medio flamenco y talante de bucanero, como es el caso de Álex Conde, era el instigador más adecuado para este abordaje a las ideas preconcebidas. Normal que haya sido Julio Martí – productor de Bebo Valdés, Michel Camilo o Chano Domínguez, y desde hace casi una década máximo responsable en Madrid del festival Noches del Botánico– el divino majareta que le haya instigado, o acompañado, en esta pretensión.
Magnífica recomendación de este disco, todo lo que recomienda Neira es de absoluta confianza.
Siempre nos sorprende gratamente, cuidando mucho el alto nivel de la música. Yolé, nos encanta y continuamos siguiendo sus sugerencias, mil graciasss por este espacio tan rico.