No pasa el tiempo por esa cabecita audaz y privilegiada que da crédito a cada movimiento de Natasha Khan. La londinense de sangre paquistaní ya no es aquella chavalita recién salida del cascarón que se lo pasaba en grande registrando una versión de I’m on fire (Bruce Springsteen), clásico menor de los tiempos de Born in the USA, nada más comenzar su andadura. Han transcurrido 13 años desde entonces, estas Chicas perdidas representan la quinta entrega discográfica de la muchacha (eso empiezan a ser ya palabras mayores) y ese gusto por el pop etéreo y sintetizado de los años ochenta no hace sino intensificarse. Lost girls ofrece un sonido tan irresistible como anacrónico, lo que termina siendo una magnífica apuesta por la atemporalidad. Y por el sosiego: no hay aquí pretensiones de pisar el acelerador, así que la escuchar consiste más en una experiencia ingrávida que espasmódica. Hay colchones sintetizados en abundancia, segundas voces que parecen provenir de alguna capilla, sensualidad de la que se preocupa más por los prolegómenos que por el ejercicio aeróbico. Y alguna obviedad en este sentido, como los primeros compases de voz susurrada en Jasmine. Pero el comienzo del álbum es absorbente, con esa doble ración flotante de Kids in the dark (espléndida) y The hunger, además de un Feel for you que parece un acercamiento a la pieza casi homónima de Prince desprovisto del componente más negroide de aquella. Hay incluso un curioso paréntesis instrumental en el centro del álbum, Vampires, con un saxo tenor arquetípico de los tiempos más gloriosos de Candy Dulfer; y hasta la muy tecno So good, que parece a un paso de los arreglos de Queen para Radio ga ga. Tengan a tiro la tecla de Repeat: estos 39 minutos se desvanecen en un suspiro.

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