Si el futuro es de los audaces, a Cometa les corresponde aspirar a la mismísima eternidad. Los primeros álbumes de las bandas suelen ser un compendio de todo lo vivido y aprendido, una amalgama de aspiraciones, enseñanzas y debilidades individuales o colectivas, y por ello no es extraño acertar con algunos debuts expansivos, dispares, voraces. Pero Fanfarria clandestina supera con creces esos parámetros y se erige en una exhibición de insaciabilidad.

 

Por favor, préstenles atención. Hay más música en estos 40 minutos exactos que en cuatro o cinco elepés al uso, acaso porque Jimmy, Gonzalo, Pablo y Daniel son genuinos acaparadores de ideas y no han querido dejarse ni media semicorchea en el tintero, ni un triste gramo de bife que se libre de acabar en la parrilla. Y teniendo en cuenta que estos madrileños de sangre y residencia se comportan como porteños de espíritu y vocación, puede que la metáfora carnívora venga aquí muy al caso. Porque a Jimmy Gómez, cantante, teclista y compositor de música y letra en los 11 cortes, le cambió la vida y hasta la ordenación mental desde su primera visita a Buenos Aires, y en los mismos créditos del álbum no duda en calificar aquellas calles como “Tierra santa” y mencionar de manera expresa el ascendente de Charly García, Gustavo Ceratti, Luis Alberto Spinetta y Fito Páez, un póker de chamanes del pop rioplatense cuyo influjo, por lo demás, es evidente casi desde el primer acorde.

 

En cualquier caso, Fanfarria clandestina es mucho más que el estreno de una formación peninsular a la que le encantaría haber nacido a 10.000 kilómetros de distancia. En la estela de este Cometa es fácil advertir partículas de los Beatles, comenzando por el aire teatral y casi conceptual de un álbum que juega a representar una batalla entre cuatro bandas callejeras, de manera que cada corte se le asigna a una de ellas. Los coreadores Los Hooligans asumen la directísima Invítame a bailar o esa pequeña introducción gamberra, ¡Dale, cometa!, que al grupo le sirve para abrir los conciertos en dulce hermanamiento con la sala. Los Desenamorados son los más latinos, como en Corazón mareado y, claro, en Otra vez (La cumbia de los desenamorados). A Los Chasqueadores les corresponde el pararapapá de Todo por ti y, sobre todo, el baladón del disco, ese Abrázame más fuerte, abrázame para siempre en el que incluso termina irrumpiendo el saxo sollozante de Pablo Lago, el bajista. Y la parte más elaborada la asumen Los Barroquianos, responsables de la sencillamente gloriosa Supersónico y compendio de las influencias sofisticadas: la de Queen es palmaria y evidente aquí y allá, pero no desdeñemos las trazas de Los Brincos, Jellyfish o Ben Folds que podamos encontrarnos a lo largo de este viaje estelar.

 

¿Demasiados ingredientes para un solo plato? Solo desde una cortedad de miras casi vegana podría extraerse tal conclusión. Los Cometa son fulgurantes, abrasadores, ocurrentes, divertidos, inesperados, rabiosamente brillantes. Y ojalá que en ningún caso fugaces.

 

 

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