En su búsqueda y construcción de un lenguaje soul con una inflexión inequívocamente retro, a Curtis Harding le asiste el mérito nada frecuente de no emular a los clásicos y haber conseguido parecerse solo a sí mismo. Esta percepción se consolida puede que aún más con esta cuarta entrega, para la que incorpora el atrevimiento de un hilo temático propio que bordea la condición de álbum conceptual. Porque nuestro soberbio soulman de Michigan eleva aquí el vuelo para convertirse en el Capitán Curt y protagonizar una suerte de expedición espacial que le permite observar con otra perspectiva estas cosas del amor y los afectos que a todos nos incumben, nos vayan mejor o peor las cosas, en este maltrecho planeta Tierra.

A Curtis le contemplaban ya tres álbumes exquisitos –maná para sibaritas, palabra– en los que siempre latía una cierta vocación de trascendencia, de obra conjunta que no se limita a servir como una mera sucesión de canciones más o menos afortunadas. Ese anhelo se acentuaba aún más en el caso del precioso y evocador If words were flowers (2021), el antecesor inmediato de la obra que hoy nos ocupa, pero Departures & arrivals eleva el vuelo (y nunca mejor dicho) hasta bastante más arriba. Porque su firmante ha querido dejarse llevar por la fantasía casi cándida de la ciencia ficción clásica para protagonizar una expedición espacial de la que bien podríamos tener constancia por algún telefilme vespertino y con la que adquiere una visión cósmica de los sentimientos terrícolas más a flor de piel.

La conversión del soulman clásico en un avezado comandante espacial confiere a todo el trabajo una tenue pátina de sonidos etéreos, ecos misteriosos y psicodelia de primera generación. Incluso Harding se atreve a dar el paso de procesar sutilmente su voz para que parezca inmersa en una emisión interplanetaria de alta fidelidad, pero resonancias infinitas. Es una osadía y, sobre todo, un hallazgo, porque Curtis sacrifica un ápice de rotundidad en la pegada para granjearse una tenue pátina de misterio. Y volverse todavía más singular en un género para el que tendemos a pensar que sus páginas más colosales ya quedaron cinceladas para la eternidad desde hace unas cuantas décadas.

Eso sí: nada de todo este ideario serviría más allá del ejercicio estilístico sin el refrendo de unas buenas canciones. Y aquí el hombre que un día fuera escudero de CeeLo Green sí que aprieta los puños y se pone (muy) serio. La ostentosa apertura de There she goes saca ya a relucir la baza orquestal, un argumento que irá apareciendo en determinados pasajes y al que los solemnes arreglos de Steve Hackman –esa especie de Leonard Bernstein en jovencito: Charlie Puth le conoce bien– conceden un aire todavía más cósmico y fílmico. Pero los chispazos de electricidad siguen erizándolo todo, no nos engañemos: la implacable pegada rítmica de The power está ahí para demostrar que la nave espacial derrocha amperios a lo largo de todo su periplo.

El viaje se vuelve así fascinante, porque nos aporta una perspectiva elevada, complementaria y sorprendente de paisajes muy hermosos pero a los que creíamos haber visto ya desde todos los ángulos posibles. Time se eleva como una plegaria de góspel agrandada por el órgano y los coros femeninos, Hard as stone afila el perfil de Harding más propenso al sollozo, The winter soldier canoniza las grandes baladas clásicas de guitarra y batería cristalinas y Running outa space cierra el fabuloso periplo con un barniz de amable psicodelia. Lo de la obra de madurez suena a lugar común, pero Departures… tiene mucho de ello. Y ante el amor verdadero, como proclama uno de sus episodios más funkies, nunca podemos permanecer ciegos.

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