En el ideario de Devon Gilfillian no parece haber lugar para nada parecido al resentimiento. Por estos movimientos indescifrables que a veces acontecen en la industria discográfica, Capitol decidió rescindirle el contrato después de que en 2020 saltara a la palestra con un doblete luminoso y vitamínico, el muy apreciable Black hole rainbow y un repaso canción por canción de, para qué andarnos con tonterías, el What’s going on de Marvin Gaye (1971). Recolocado ahora en Fantasy bajo el padrinazgo de su amigo Nathaniel Rateliff, un auténtico sabueso del buen gusto, Gilfillian vuelve a las andadas con un despliegue de positividad sin un ápice de resentimiento. Porque Love you anyway es un despliegue de soul clásico con envolturas de rhythm and blues contemporáneo y el expreso empeño de arañar hueco en nuestra memoria con algunos estribillos incontestables.
Ese compromiso con el gancho melódico tan directo como un gancho al mentón queda explicitado con All I really wanna do, apertura instantánea y clamorosa, de esas que adelantan el estribillo respecto a la estrofa para atrapar al oyente literalmente desde el primer segundo. No es Gilfillian hombre dado a los rodeos, lo que convierte muchos de sus zarpazos en éxitos potenciales. Ahí está ese mano a mano sensual con Janice para Brown sugar queen, una virguería que se arrima hasta la cumbia e incluso el reguetón antes de terminar con unas pinceladas de guitarra acústica. O Love you anyway, tema titular y de cierre, baladón con trasfondo de góspel que invita clamorosamente a una eclosión de linternas, achuchones y abrazos en cuanto suene en cualquier sala.
No es este un álbum propenso a la balada, con todo. La primera no llega hasta el quinto corte, Let the water flow, y presenta ese punto entre frágil y sentimental que habría hecho muy feliz a Sam Smith. Pero nuestro protagonista –natural de Pensilvania y asentado en una meca de la canción como Nashville– no deja ningún flanco sin cubrir. La pegada del funk se agradece en la adictiva Inma let my body move, donde el bajo se convierte en pellizco trepidante, el ritmo de la percusión juega con las paradiñas para que sus retornos resulten más espectaculares, el último minuto se emplea para un acelerón instrumental en la mejor escuela de Bill Withers y solo acabaremos echando en falta una buena bola de cristal en el centro del salón.
El flanco más urbano se cubre a través de Follow the leader, el único ingrediente más social que amoroso en el menú. ¿Y los medios tiempos? Ahí tenemos Better broken, espectacular exhibición de seda y elegancia, con unas gotitas de falsete al final de las estrofas, que no desentonaría en alguna grabación clásica de los Commodores. En definitiva: como buen anfitrión, Devon Gilfillian se encarga de que no nos falte de nada. Y todo ello en menos de 40 minutos, para hacer el menú irreprochable.