Todo lo que rodea a Durand Jones y sus Indications se ha vuelto más intenso, apasionado y relevante a cada nueva vuelta del camino. Lo que en 2016 comenzó como un proyecto autogestionario desde una pequeña ciudad de Indiana, una banda que supo aguantar dos años de virtual anonimato hasta que una discográfica independiente acertó a descubrirla y reeditar su primer elepé, se ha convertido con el tiempo en el mayor –y mejor– referente imaginable en la órbita del soul de la vieja escuela. Y esa es una responsabilidad que el ahora trío solventa de la mejor manera posible: con una colección de temas inexpugnables, aroma a clásicos instantáneos y querencia por la balada de vieja escuela y arreglos suntuosos. Un prodigio en absoluto innovador, porque nadie esperaría movimientos estrafalarios en ese sentido, pero sí imposible de refutar.
Lo que en último extremo sucede es que Jones/Indications se han convertido en un campo gravitatorio en torno al que acontecen algunos de los episodios más importantes del gremio en los últimos años, a poco que reparemos en que la banda funciona casi como una bicefalia entre el propio Durand y su batería, Aaron Frazer, protagonista de una poderosa discografía en solitario que ya suma dos títulos, mientras el tercero en discordia, el guitarrista Blake Rhein, también ha ido incrementando sus galones como reputado músico de sesión que acabará firmando música en nombre propio más pronto que tarde. Con Durand Jones protagonizando además un fabuloso estreno solista (Wait til I get over, 2023) que de paso le servía para postularse como referente LGTBI, la curiosidad en torno al regreso de la banda matriz solo podía ser máxima. Y la terna Jones/Frazer/Rhein ha optado por responder a tan altas expectativas con la entrega de más lenta combustión en su trayectoria, un disco refinado, elegantísimo y sin aspavientos que solo se disfruta en toda su plenitud si le prestamos atención plena y prolongada.
No, no hay florituras en Flowers, ya nos disculparán el juego de palabras. El trío y sus dos socios principales (Steve Oronski al piano y el bajista Michael Isvara Montgomery) prefieren insistir en la balada de gran formato o, a lo sumo, los medios tiempos, y no les tiembla el pulso a la hora de articular suntuosas orquestaciones (Without you), a veces con saxos rutilantes de por medio (If not for love), que aspiran a reeditar lo más excelso del soul de los años setenta: Stevie Wonder y Marvin Gaye, sin duda, pero también The Spinners o The O’Jays. Así que nadie escatima esfuerzos, ni a la hora de componer ni, sobre todo, de arreglar. De ahí que Flowers resulte tan primoroso y a la vez tan sosegado, inmerso siempre en caricias de blanco satén (I need the answer, Lover’s holiday) que invitan a encender las pertinentes velitas en el transcurso de una cena romántica.
Habrá quien eche de menos las incitaciones a la pista del baile que en otros momentos representaron títulos como Witchoo, de aquel espectacular tercer álbum que fue Private space (2021). Lo más veraniego aquí es Flower moon, exhibición de Frazer en lo mejor de su falsete que invita a imaginarnos chasqueando los dedos mientras la brisa cálida acaricia a la caída de la tarde. Y es imposible no pensar en otros grandes como Teddy Pendergrass ante la rotundidad de Been so long, mientras Rust and steel cambia el guion con un nutrido coro tan melodramático como apoteósico. Flowers acaba erigiéndose en un mano a mano entre Durand y Aaron, a cual más inspirado y trascendental. Siempre decimos que los discos lentos se vuelven extemporáneos en estos tiempos de consumo aceleradísimo, pero el espíritu de los años setenta siempre es un refugio para oídos inteligentes.