Lo de Ian Hunter no es a estas alturas una mera curiosidad y un capricho para abonados a la nostalgia, sino un fenómeno merecedor de atención desde los territorios de la biología. Acaba de cumplir 85 años, una edad que anima a cualquier cosa menos a meterse en líos, pero esta segunda parte de su proyecto Defiance demuestra que no solo conserva pegada y coraje, sino una fibra muscular inaudita para un octogenario.

 

Basta con escuchar People, el bullanguero corte inaugural, para comprender las dimensiones del milagro. Ahí está el rock bullanguero de toda la vida, con el filo bien cortante y la vena hinchada, con la fiereza inflamada de quien se convirtió en ídolo de masas el mismo bendito día en que Bowie vio “algo” en él y le regaló no una canción cualquiera, sino la superlativa All the young dudes, para que el muchacho de los rizos tuviera opción de sacar a flote aquella banda a medio camino entre el metal y el glam que, ante la mayúscula indiferencia de todo el vecindario, se disponía a echar el cierre para siempre.

 

El milagro de Mott The Hoople es uno de los episodios más azarosos y hasta novelescos que nos regaló la historia del rock durante los primeros años setenta, pero aquel Hunter que sigue sin explicarse hoy cómo engatusó a Bowie en plena elaboración de su histórico Ziggy Stardust era un tipo joven, abrasivo y corajudo. No solo eso: tuvo antes la desfachatez de rechazarle en sus narices Sufragette city porque “no era lo suficientemente buena”. Aquello tuvo mucho mérito, pero lo de ahora solo puede atribuirse a una constitución biológica tan privilegiada como la que mantiene hiperactivo a Willie Nelson o la que nos permitió disfrutar hasta el último aliento de B.B. King o Tony Bennett. Solo que aquí hablamos, claro, de un derroche de sudor casi inhumano. Porque el viejo ídolo inglés anda con la garganta ya abrasada, pero la interpretación resultante es tan rugosa, áspera y temeraria en términos de foniatría que solo podemos asombrarnos y cruzar los dedos para que la naturaleza le permita unos cuantos años más de resistencia.

 

Defiance es autoafirmación y orgullo, sin duda, pero sobre todo supone también un canto a la amistad eterna y a la vigencia sin caducidad de un material que no busca conexiones forzadas con la actualidad, sino valor referencial y magisterio después de tantísimas horas de vuelo. Este Hunter venerable y perruno, bordeando la afonía pero sobreponiéndose a las arrugas con la temeridad de un chavalito, es capaz de divertir y motivar a la parroquia, activar las neuronas y afilarles los incisivos durante 40 minutos pasmosos. Y en muy buena compañía, eso sí, que también ayuda, le permite tirar de Brian May (Queen), los hermanos Robinson (The Black Crowes), las voces de Def Leppard, la mitad de Stone Temple Pilots, el dominio panorámico de Benmont Tench (Tom Petty & The Heartbreakers) y hasta dos ilustrísimas firmas que ya no están entre nosotros, el guitarrista Jeff Beck y el batería de Foo Fighters, Taylor Hawkins.

 

El bueno de Ian no concede ni una sola balada, asómbrense, hasta el octavo corte. Y ese entrañable What would I do without you le permite medirse con una Lucinda Williams desconocida de puro modosa, como si compartir tarea con el mito la intimidara.

 

Incluso hay guiños stonianos evidentes en la excelente Everybody’s crazy but me, como una manera de constatar que podemos conservar la buena forma con más años incluso que la eterna sociedad Jagger/Richards. Ian Hunter ya no está para hacer historia, pero cualquiera daría por buena una cuarta parte de su energía y tesón. Lo de los viejos rockeros, ya se sabe.

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