La portada de este disco debería aparecer como primera opción de búsqueda con solo teclear la palabra “hedonismo” en el casillero de Google. Javiera Mena siempre se ha caracterizado por el desparpajo, la desinhibición y la apuesta por un pop de naturaleza sensual, sutil y bailable, pero todas esas características se afianzan e intensifican en esta llamada al roce y el contoneo, en una invitación en toda regla a disfrutar de la vida con toda el alma pero, muy especialmente, con cada centímetro cuadrado de nuestros cuerpos. Siempre fue de frente la chilena con todo lo relativo a la sexualidad, pero su condición icónica se multiplica aquí de manera exponencial: para chicas enamoradas de otras chicas, integrantes del colectivo LGTBI y, de manera extensiva, amigos del goce voluptuoso y las noches que se prolongan hasta que dejan de serlo, he aquí la mejor banda sonora imaginable.

 

La isla de Lesbos abre boca y define las coordenadas desde el primer surco: pop electrónico a media velocidad, de texturas sedosas y muy elaboradas, para enmarcar una feliz proclama lésbica (“Un beso Venus contra Venus / más allá del bien y el mal, lo tienes que probar / La isla de Lesbos”) que sirve como invitación y, llegado el caso, incitación. Nocturna se fue gestando bajo el fuego lento y crudo de la pandemia y el confinamiento, con su creadora a medio camino entre ambas orillas del Atlántico, y el regusto inquieto de la incertidumbre probablemente haya contribuido a hacerlo más explícito y epidérmico que nunca. Aviso a lingüistas: nunca la noche ejerció como sinónimo tan perfecto para el deseo, hasta convertirse en dos conceptos indistinguibles.

 

Javiera se encuentra, a sus 37 años, en una espléndida bisectriz entre la juventud radiante y un tenue escepticismo en torno a la dictadura de las tecnologías, la seducción en forma de chateo por Tinder y el imperio plenipotenciario de los algoritmos, a los que se dedica alguna alusión desdeñosa (escuchen Sincronización y deléitense). La filiación bailonga de Nocturna tiene más que ver con el cara a cara de las pistas de baile noventeras y los temazos de Lisa Stansfield como exponente máximo de elegancia sofisticada. Y acaba deslizándose al feliz petardeo eurovisivo llegados a Culpa (que optó con escaso éxito al cetro del Benidorm Fest) o Diva, a medias con el granadino Chico Blanco y en un equilibrio difícil entre el cliché, el pastiche y el feliz comadreo.

 

He ahí, de hecho, el punto débil del álbum, esa redundancia sonora y temática que no acaba de casar bien con las afirmaciones de que fue concebido en pleno estallido social en las calles de Chile. Llamémoslo escapismo, si queremos, o asumamos que Nocturna no pretende cambiar ni una coma en la historia de nuestros días, pero sí alegrarnos considerablemente el cuerpo. Y no es empeño poco loable.

 

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