Kodaline nació como un evidente trasunto irlandés de Coldplay, y en ese sentido a estos cuatro dublineses no les faltaba de nada. Eran tiernos, sentimentales, enfáticos y, llegado el caso, razonablemente solemnes y épicos. Incluso tenían un cantante tan rubio y guapo como Chris Martin, aunque ni Steve Garrigan ni casi nadie está en condiciones de rivalizar en carisma con el autor de Viva la vida. Soñaron probablemente nuestros protagonistas con comerse el mundo, más o menos a la manera en que se habían engullido gran parte del planeta sus congéneres de la isla vecina, pero el paralelismo descarriló en ese momento de la historia. Faltos de tan abrumador alcance, cometieron el error de rebajar la sustancia y transformarla en mera apariencia, en fuegos de artificio que se disolvían para siempre en cuestión de segundos.
Quizá aspiraban a graduarse en Snow Patrol –que para algo tienen componente norirlandés–, pero no pasaron de homologarse con Take That. Politics of living simbolizó en 2018 ese descarrilamiento en toda regla. Ahora, justo cuando celebran una década de andanzas, enderezan de manera notable el rumbo con un quinto elepé que es compendio y recopilación en vivo, pero también propósito de enmienda y resituación en el mapa. Los Kodaline de 2022 ni se sienten tan jóvenes ni se las dan de ello, pero su propia puesta en escena –más propia de un unplugged de la MTV que de un baño de masas ante una parroquia tan afín como la del 3Olympia Theatre de Dublín– les asienta ahora como una formación intimista, cálida y, a juzgar por la prevalencia del chelo invitado de David Doyle, casi un poco camerística.
El volantazo no ha podido ser más oportuno, sobre todo porque llega a tiempo para recuperar en parte una fe que dábamos por perdida. Y porque evidencia los valores intrínsecos de la formación: la empatía, la predisposición al abrazo y la belleza vocal en el timbre de Garrigan, al que los cielos le regalaron en particular un falsete precioso.
Escuchar los nueve minutos finales de All I want representa el mejor resumen que puede hacerse para este álbum, extenso como buen doble elepé en directo (casi 80 minutos) y lo bastante ameno como para introducirnos en el ambiente cálido y recogido de aquel pasado 8 de marzo en la capital irlandesa. Quizá Kodaline no vuelvan a enhebrar un himno pop tan perfecto como Brand new day, y acaso haya redundancia en alguna balada que parece repetida, como si el lector del cedé en algún momento hubiese vuelto sobre sus pasos. Pero incluso la sorprendente selección de versiones, con un Bring it on home to me (Sam Cooke) que les aproxima a las coordenadas de Van Morrison y una original recreación del Billy Jean de Michael Jackson (!), refrenda las sospechas de que aquí seguía habiendo bastante más diamante en bruto del que reflejaban las últimas visitas por los estudios de grabación.