“Y rezaré para que recuerdes mi nombre”, anota Sam Fender en Remember my name, el corte que cierra People watching y seguramente el más solemne y ceremonial de todos ellos, con despliegue de metales incluido. Pero es probable que esas plegarias resulten a estas alturas ya del todo innecesarias, puesto que este Samuel Thomas Fender va camino de convertirse, a sus 30 años, en uno de los artistas jóvenes más ilusionantes, inspiradores y emotivos de todo el Reino Unido, como refrenda la expectación que este tercer álbum ha despertado en las islas. A medida que se vayan multiplicando las reproducciones, los buenos pálpitos iniciales irán encaminándose hacia el entusiasmo: Fender lo tiene todo para refrendar su condición de nuevo gran nombre del pop-rock británico, esa misma consideración que despertó hace unos años su compañero de promoción Jake Bugg, otra perla del año 1994 que en su caso quizá no haya llegado todo lo lejos que preveíamos (y probablemente mereciera).

 

Pero volvamos al de North Shields, este chaval nacido muy cerquita de Newcastle que ahora mismo encarna como pocos el orgullo barrial y periférico, el encanto del personaje hecho a sí mismo, el marchamo de la clase trabajadora y esforzada que no renuncia a levantar la voz y hacerse oír. People watching es un álbum sofisticado y minucioso, con un sonido arrollador que hará estragos por los pabellones de medio mundo (produce Adam Granduciel, de The War on Drugs, con el respaldo de Markus Dravs, al que hemos conocido a la vera de Kings of Leon o Coldplay), pero una temática apegada al proletariado, los suburbios y las viñetas de la vida cotidiana de esa misma gente desfavorecida, pero rebosante de coraje, que refleja la preciosa imagen de portada, cortesía de la desaparecida documentalista Tish Murtha.

 

Fender habla de problemas para llegar a fin de mes, adicciones varias y nostalgias precoces, y renueva sus votos para que la condición adquirida de hombre en situación de privilegio no le provoque la menor amnesia respecto a de dónde viene, a qué aspira ni lo mucho que aún nos falta por bregar frente a ese neoliberalismo feroz y rampante al que ahora se le multiplican los partidarios (sobre todo jóvenes y del sexo masculino, así que nuestro Samuel constituye, de paso, un bendito contraejemplo). People watching refrenda al rubio de Newcastle como el más genuino Bruce Springsteen británico de nuestros tiempos: estilísticamente en torno a la era de Brilliant disguise y con esbozos de saxo incluidos, mientras que su timbre de voz –robusto, brillante, decidido– puede contener trazas tanto de Brandon Flowers (The Killers) como de, incluso, Chris de Burg.

 

Todos esos son los mimbres que cimentan unas canciones sensacionales; épicas sin pretenderlo, adictivas, coreables y hasta ochenteras en la más elogiosa de las acepciones. Se ha anotado ya el razonable parecido de People watching, el tema titular, con aquel The boys of summer de Don Henley, pero se suceden otros cuantos ejemplos fabulosos para regresar a los mejores momentos de aquella época a ratos denostada pero, con el tiempo, cada vez más merecedora de una muy justificada melancolía. Incluso para que se nos venga a la mente aquel Lindsey Buckingham excesivo, pero encantador, de los tiempos de Go insane (1984).

 

Tanto Arm’s length como Nostalgia’s lie son sencillamente soberbias, mientras que Little bit closer se orilla al porte pomposo de The Verve, Chin up puede encararse con lo mejor de los hermanos Gallagher y Tv dinner es un relato melodramático que habría fascinado hasta a Jeff Buckley. Lo de este chaval, definitivamente, figura entre lo más ilusionante que ha sucedido en muchos años allá por tierras inglesas.

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